Vimos ayer Muerte de un ciclista, de Juan Antonio Bardem. Es realmente el cine español que merece la pena. Una buena película, digna del mejor cine negro de la época, sutil, con las veladas alusiones a la guerra, con el contraste entre clases sociales, y las preguntas sobre ¿Cómo vivir? Después de lo pesimista que es la historia, la reacción del ciclista que aparece al final, Manuel Aleixandre, parece que introduce un poco de optimismo, como si la hipocresía reinante fuera a dar paso a otra cosa, en la misma medida en que evoluciona el personaje principal, Alberto Closas, que va recorriendo un camino interior a mejor, abriéndose y liberándose de ataduras, convenciones y mentiras. Lo cierto es que vista desde hoy, los problemas parecen similares, sigue una sociedad más bien tosca, dónde los niveles de hipocresía y de falta de contacto con la realidad son muy altos. Quiero decir que se sigue viviendo sobre sistemas de convicciones convencionales que parecen proteger o evitar, que el individuo toque la realidad. Sólo que hoy las convicciones y las convenciones son de otro tipo: progres, políticamente correctas, izquierdosas, siempre “bienpensantes”. Un ejemplo, el de esa estudiante que sorprendida por la carga policial para restablecer el orden alterado por unas manifestaciones no autorizadas decía: “sólo habíamos cortado el tráfico” como si todo pudiera hacerse, como si fuera lo más normal y no hubiera reglas, leyes, y los demás tuvieran que aguantarse. Esa chica toma su parte por el todo, no ve la realidad, no ve lo que debe caracterizar a una sociedad libre.
Para acabar llama mucho la atención la belleza de la fotografía, el buen ritmo narrativo, incluidas las magníficas transiciones entre escenas, pero sobre todo, el maravilloso vacío. Hay espacio. Un solo coche sobre la carretera, una carretera sin pintar, sin señales, a su vez perdida en un espacio inmenso y vacío. Pero también en el campo de deporte dónde pasea el protagonista: sólo los atletas, no hay apenas “instalaciones”, sólo la pista y las gradas, no hay aparcamientos visibles, ni marcadores, casetas, máquinas expendedoras de bebidas, carteles de anuncios, publicidad, nada de todo eso y poca gente. Es una paradoja porque entendemos que corresponde a una sociedad menos desarrollada económicamente, con las implicaciones que eso tiene, pero la verdad es que se respiraba mejor, quiero decir que era un descanso, un alivio, ver evolucionar al personaje en ese entorno tan depurado, tan poco manchado, tan poco saturado. Ya me imagino que ese vacío de la película probablmente se introdujo no para admiración mía, sino como hondo simbolo, pero mire Vd. por dónde, sesenta años después la perspectiva es otra. Pues hasta aquí, que no da el magín para más.
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