Se nos ha quedado la retina
cárdena y como afilada, con la impresión de los toros de Saltillo Albaserrada,
de José Escolar. Calor abrasador, pero, esta vez, excepcionales entradas de
sombra, que no son del todo aprovechadas por aquello de que, a los toros, mejor
sólo que mal acompañado, oiga usted. A medida que avanza la tarde se mueve el
sol por la plaza y cambia la luz, de cegadora a más ligera y etérea.
Dominan los toros la escena: de
salida son impresionantes, con un trapío que impone un respeto repentino, lindante
con un amago de pavor. Su presencia llena la plaza, son el centro absoluto, no hay
nada más que ese centro móvil que se desplaza a sus anchas, sobrado de poder, por
el redondel. Salvo uno que dobla una vez, no se caen. Tienen fuerza, pies, codicia…
y sentido. Aunque todos humillan y se les adivina la posible faena, las pocas
veces que los diestros les bajan la muleta y se la dejan en la cara, tirando con
temple y sin brusquedad, la faena no cuaja. ¡Porque qué difícil es eso, que
sitio y que técnica hay que tener! Y junto con la vista, el sitio y la técnica,
es necesario además, el valor para batirse con el mirar y las arboladuras
extremas de los cárdenos de José Escolar.
domingo, 21 de marzo de 2021
Recuerdo de una tarde de toros. De los cuadernos de A. Bergamota, cortesía, como siempre, de Calvino de Liposthey, biógrafo.
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Me gusta mucho. Articulo poetico. Muy buenos los dibujos
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