Era la
carretera una delgada línea de asfalto que se derretía bajo el sol del estío.
Avanzábamos con las ventanillas bajadas por un paisaje cuajado de luz y
silencio. Un silencio atronador, no se oía más que el calor, sobre el fondo que
parecía eterno, del zumbido de los insectos, uniforme y constante. Monótono y
hermoso concierto de grillos y chicharras. Delante, espejismos. Del asfalto se
levantaba una bruma, como si se derritiera el horizonte. Pero no llegábamos a
ella nunca. Tierras de cebada cuajadas de cereal a la izquierda, arboledas y
una aldea a la derecha. La minúscula carretera cruzaba un puente para sortear
un arroyo veraniego, y aparecían los pinares detrás de una primera línea de
álamos.
¡Por favor que siempre el comentario sea tan inspirado como este!.
ResponderEliminarLe ha echado imaginación la siega terminó en julio.
ResponderEliminarGracias por esta extraordinaria observación, verdaderamente andamos despistados. Le vamos a dar una medalla. Una medalla muy grande.
EliminarA ver cuando le jubilan y se va a vivir a la urbe. !leñe!.
ResponderEliminarHay que ir al grano, siempre mariposeando.
ResponderEliminar