Cada vez que en política nos encontramos con una
situación difícil como la actual, sale a relucir la idea de que “está claro que España es de izquierdas”.
No sabemos si la afirmación es el resultado de un sesudo análisis. Parece que
no. Es más bien una afirmación simplona, casi una muletilla de tertulia.
Permite a quien la usa quedarse tranquilo y resignarse, al interiorizar la
impresión de que no hay nada que hacer, y de que lo que sucede es el resultado
de un determinismo cuasi genético contra el que no se puede luchar. De esta
manera, la inacción –incluso la intelectual- queda justificada. Podemos seguir
viendo el fúbol y quedando con los
amigos en los mil saraos que nos arrebatan cada semana dónde nos convenceremos
unos a otros que no hay nada que hacer.
Por otra parte, la frase viene a ser algo así como
la renuncia a esforzarse por entender lo que está pasando. Al pronunciarla, se
suspende el juicio, se termina la conversación, se pone fin a cualquier
esfuerzo por entender lo que sucede. No se intenta ni siquiera un análisis de
los resultados electorales, de los años pasados, del funcionamiento de las
sociedades democráticas, etc. Quien afirma que España es de izquierdas, parece
que no llega ni a hacerse una pregunta tan sencilla como esta: ¿Cuándo gana el
PP por mayoría absoluta aplastante con un programa que, por simplificar,
podemos calificar de derecha clásica, entonces que es España? ¿Ya no es de
izquierdas? Parece sencillamente que España no es de izquierdas ni de derechas,
sino que el electorado –una parte muy mayoritaria del electorado- es bastante
maduro, reflexiona, y reacciona frente a lo que ve, llámese corrupción,
inacción, o traición a un programa electoral por el partido gobernante. La
mayoría vota por reacción, vota contra. Esto es algo bastante sencillo de ver y
común a todas las democracias.
Por el contrario, a lo que
parece que estamos asistiendo realmente es a la crisis de un sistema. Una
crisis clásica, de las que se describen en los libros de historia. La
democracia no es nada sin la libertad y el estado de derecho. Cuando los
partidos políticos se apropian del estado de derecho en beneficio propio,
rompiendo de común acuerdo, por turnos, las reglas del juego, la libertad
retrocede a toda velocidad y el sistema que la sustenta en lugar de
perfeccionarse y mejorar, se va deteriorando y perdiendo credibilidad. El tema
de la partitocracia lo estudiamos en
primero de carrera de derecho, hace muchos años, años en los que ya varias
voces advertían de lo que estaba pasando: La supresión de la división de
poderes por la reforma de la ley orgánica del poder judicial promovida por el
PSOE de González y Guerra y que el PP nunca se atrevió –o nunca quiso, más
bien- a corregir; el doctorado honoris causa otorgado por la Universidad
Complutense a Mario Conde, vulnerando los estatutos de la universidad y con
presencia del entonces Rey, etc. Y como consecuencia lógica de lo anterior, la
aparición de la corrupción a una escala desconocida entonces. Además el inmenso
problema de las autonomías, otra forma de apropiación de lo público por los
partidos políticos y de profundo retroceso de la libertad en todos los ámbitos,
con el caso paradigmático, pero no excepcional, de las autonomías catalana y
vasca, con un fenómeno terrorista nunca claramente combatido, ni siquiera desde
el punto de vista intelectual y moral y demasiado a menudo considerado con
benevolencia, sibilinos matices o indiferencia. Y luego…el 11-M. Se trata de
una de esas situaciones tantas veces descritas por los libros de historia, tan déja vue, pero que al leer sobre el
pasado, uno piensa que nunca le tocará vivir… y de repente está aquí. Como el
dinosaurio de Monterroso.
Alcides Bergamota el Grande.
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