lunes, 6 de abril de 2015

El cronicón de Nava: Modesto Pinto Guerén.

No todo en la crónica de Nava de Goliardos es pachanga y jarana. No todos los personajes que han recaído por el famoso pueblo han llegado a él incólumes. De hecho, ya sabe el lector que en la masiva llegada de refugiados a Nava tienen todo que ver Doroteo y su filantrópica y cristiana generosidad y la labor del padre Dimas, espejo de virtudes. Así llegaron, poco más a menos Tato y el Gran Alcides, al fin y al cabo por contemporáneos, modernos, y por modernos perdidos y desorientados, rescatados in extremis de experiencias desoladoras. No insistiremos en terribles pruebas como la de Toñi la Roja o la adicción al surtido de lechugas alucinógenas, que ya han aparecido en estar crónicas. Pero no recuerda Calvino de Liposthey –cronista oficial- haber anotado antes el nombre importante de Modesto Pinto Guerén. Nunca nombre de pila cayó mejor ni se ajustó con tanta precisión como el de nuestro Modesto, que de tanto hacerle honor, apenas existía. No es que Modesto fuera insignificante, al contrario, más bien apuesto y con más de una cualidad durmiente. Pero último vástago de dos sagas extintas, heredero frustrado de pasados esplendores reducidos a polvo, el peso del fracaso genealógico lo había prácticamente aniquilado y llevaba, como el mismo reconocía, la vida de un trapero de provincia centroeuropea, habitante de un pueblo judío perdido en Moldavia o Besarabia. Los Pinto, banqueros de altas chisteras y esbeltos landós; los Guerén, terratenientes con veleidades intelectuales que habían dejado huella notable en el mundo de la edición. Todo se había desplomado, hecho añicos y Modesto Pinto Guerén vivía entre el polvo de yeso levantado por el derrumbe, que todavía flotaba creando una atmósfera irrespirable. A Modesto Pinto Guerén los pantalones le quedaban cortos y la chaqueta grande y el ánimo se le encogía al contacto del prójimo, cansado de explicar, que sí, que era Pinto de los Pinto y Guerén de los Guerén, pero que ya de todo eso no quedaba apenas sino el recuerdo. La conciencia del hundimiento estaba en el origen no sólo de la soltería sino de la profesión de celibato y castidad que había abrazado con firmeza definitiva para no correr el riesgo de engendrar unos hijos que contribuyeran a cavar más honda la fosa, con querencias a la grosería y al medio pelo que él se sentiría incapaz de contrarrestar por su debilidad y falta de arrestos, por su apocamiento vital. El celibato y la castidad le parecían un precio módico por no alumbrar una descendencia tan extenuada y anémica como él, tan descastada como la propia sangre, por no ver a los vástagos vestidos de chándal, con las narices taladras por herrajes variopintos, pronunciando la ese como la jota, los pinrreles en chancletas, coleccionando catálogos y cromos de coches deportivos fabricados en serie. Habrá que volver más adelante sobre este Modesto Pinto Guerén y sobre las circunstancias de su arribar a Nava de Goliardos. ¿O era Puebla?

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