Del libro sobre los programas nazis de eutanasia cuyo autor es Gotz Aly: “(…) una determinada premisa médica –a saber, la utopía de la salud absoluta y la creencia en poder eliminar o superar científicamente el sufrimiento humano- condujo a una identificación de esta ciencia con el poder nazi.” Sobre el libro no nos atrevemos a intentar una reseña, alguna hay que puede encontrarse en la red. Sí nos atrevemos en cambio a recomendar encarecidamente su lectura. Todo europeo de hoy, especialmente todos aquellos –la mayoría abrumadora- relativistas, blandos, tontibuenos, saturados de derechos, para quienes las certezas no existen y el bien y el mal dependen de puntos de vista, todos aquellos que basan su forma de pensar, razonar y sentir en el pequeño horizonte de sí mismos, en su pretendido a derecho a opinar sobre todo y a vivir sin fundamento alguno sobre los cimientos de su ignorancia sin límite, deberían asomarse a las páginas del libro.
Un poco a vuelapluma destaquemos cuatro o cinco aspectos del libro:
Las ideas que más tarde aplicaron los médicos nazis no son el fruto de esa ideología sino que van fraguando a lo largo del siglo XX. Se acuñan expresiones como vidas indignas de ser vividas, interrupción de la vida, existir sin vivir, muerte asistida, eutanasia. Algunas de estas expresiones son hoy corrientes.
La eutanasia nazi que asesinó a más de 200.000 personas, en su mayoría alemanas, de alguna manera preparó a la sociedad para la aceptación del holocausto y los campos de concentración, en la medida en que, pese a ser en gran parte un programa secreto, su existencia y las desapariciones eran conocidas y por lo tanto se estableció un clima de asentimiento tácito.
No se trató de médicos verdugos locos por un lado y de víctimas por otro. En gran medida parte de lo sucedido no sólo era conocido por la sociedad sino que contó con un consentimiento tácito de muchas familias. Por supuesto hubo también gran oposición de muchos familiares que retiraron a sus parientes (hijos, hermanos, primos, padres, etc.) de las clínicas, sobre todo en las regiones católicas de Alemania. Los católicos son el grupo social que mayor oposición presentó contra estas prácticas, hasta el punto de que las homilías del obispo de Munster y cardenal de la Iglesia Católica, Clemens August Graf von Galen, lograron poner fin a la parte oficiosa de los programas de eutanasia en 1941, cuando se habían superado los 70.000 asesinados[1]. Aunque hubo proyectos para detener al obispo y asesinarle, lo impidió el miedo a las repercusiones sociales en un año en que la campaña rusa empezaba a torcerse. Clínicas regentadas por instituciones religiosas alertaron a las familias y escondieron enfermos. Pero esta oposición no fue general y tuvo alcance limitado, si bien no deja de ser ejemplar.
Los motivos para justificar la eutanasia no fueron sólo de salud o raciales, fueron también económicos: mantener instituciones para custodiar y tratar a gente con retrasos intelectuales, patologías mentales, deformidades físicas o enfermedades (parálisis, tuberculosis, etc.) era muy caro para la sociedad, el estado, las arcas públicas. Este argumento se utiliza ya en nuestros días para justificar las políticas de salud y ha sido uno de los principales argumentos, por ejemplo, para la prohibición de fumar en lugares públicos. Conviene recordar que el régimen nazi fue un entusiasta perseguido del tabaco en todas sus formas.
Los programas de eutanasia acabaron por aplicarse a toda clase de personas y fueron puestos en práctica por toda clase de médicos y enfermeros, es decir, no únicamente por unidades especializadas. Se asesinó a personas dementes, a enfermos, a niños y a adultos, a personas mayores sin hogar, a víctimas de los bombardeos, a soldados traumatizados, etc.
Insistimos en que esto son sólo algunos aspectos del libro que nos han llamado la atención. Hay muchos otros: fundamentos teóricos, métodos de organización, testimonios, experimentación científica, asesinatos de individuos seleccionados previamente por el interés científico de sus padecimientos y por trabajar sobre el cadáver, repercusiones de todo esto sobre la Alemania contemporánea y el resto del mundo, etc.
[1] De una homilía del obispo pronunciada en 1941 y repartida impresa por toda Alemania: "¡Se trata de hombres y de mujeres, de nuestro prójimo, de nuestros hermanos y hermanas! Se trata de unos pobres seres humanos enfermos. Son improductivos, si queréis« Pero, ¿significa ello que han perdido el derecho a la vida?« Si se establece y se pone en práctica el principio según el cual se permite a los hombres matar al prójimo improductivo, entonces, caerá la desgracia sobre todos nosotros, pues llegaremos a ser viejos y seniles« Entonces, ningún hombre estará seguro, ya que cualquier comisión podrá añadirlo a la lista de personas «improductivas», que, según su opinión, se han convertido en «indignas de vivir». Y no habrá policía alguna para protegerlo, ni tribunal que pueda vengar su asesinato ni conducir a sus asesinos ante la justicia. Así pues, ¿quién podrá confiar en su médico? Él es quien decidirá quizás que ese enfermo se ha convertido en «improductivo», lo que significará su condena a muerte. No podemos ni imaginar la depravación moral y la desconfianza universal que se extenderán en el seno de la propia familia si esa terrible doctrina es tolerada, admitida y practicada. ¡Cuánta desgracia para los hombres, cuánta desgracia para el pueblo alemán si el santo mandamiento de Dios No matarás, que el Señor entregó en el Sinaí entre rayos y truenos, que Dios nuestro creador escribió en la conciencia del hombre desde el principio, si ese mandamiento no solamente es violado, sino que su violación es tolerada y ejercida impunemente!».
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