miércoles, 22 de octubre de 2014

EL Loco.

Los abencerrajes al oloroso seco.

-          ¿Pero qué dice?
-          Mmmmmhhhm
-          Comprendo, será extranjero: What do you say?
-          …gilipichis…

El loco de Nava corretea por las calles con la minga fuera. Ha aprovechado el veranillo otoñal que precede a lo que sin duda será una repentina llegada del invierno, como todos los años, para quedarse en cueros. También se dice, se decía, porque ya no se usa, en cueros vivos. Y en nuestro Méjico lindo y querido, en purititos cueros vivos. Y el loco de Nava corretea, pega brinquitos y grita ¡híjole! Dicen que si la mamá del loco de Nava tenía que ver con Méjico, que si con Puebla de los Ángeles. Vaya usted a saber. El loco fastidia algunas siestas, abusando de la paciencia de las gentes de Nava que toleran su presencia en la villa y no han querido promover su encierro. Nava es lugar antiguo y de profundas filosofías, como pueda serlo, por ejemplo, Castroforte del Baralla. Y para las gentes de Nava, que tiene colegiata, el loco que corretea y grita por la calle es un memento mori vivo. Les recuerda que si no la muerte física, que también, cualquiera puede enloquecer de forma súbita, rallarse, quebrarse, perder la olla, la chaveta y verse abocado a la mendicidad callejera, al publico alarido, a los visajes y calambres, a la llaga, al rascarse, al arrastrar la suerte por el suelo. Es verdad que alguna vez han tenido lugar escenas de impaciencia, se ha pronunciado la expresión descerrajar un tiro, se han tenido pecaminosos pensamientos orientados al exterminio y supresión física del loco de Nava, se ha propuesto obsequiar al demente con bocadillos envenenados, pisar, machacar al infeliz que aúlla ¡jorobándome la siesta! Pero también es verdad que no ha llegado la sangre al río, ni la estricnina a salpimentar las tostadas de aceite con jamón que algunas veces se zampa el loco, porque Nava sigue practicando la caridad, mal que pese a tantos. Y también es cierto que el loco no es furioso. Babea seguido pero poco, no suelta los clásicos espumarajos blancos de pastosa consistencia, no está rabioso y su demencia se agudiza, desbordándose en frenética carrera de chismes al aire, únicamente a intervalos razonables, que ayudan a tolerarla. Los habitantes de Nava de Goliardos (o Puebla de Goliardos, quien sabe) saben que estamos de prestado por este mundo, que cada día que pasa nos acerca al inexorable fin, que todo es vanidad y por eso mismo no debe uno dejar de recrearse, a cada momento, en la hermosura del Mundo, en sus perfecciones y en las de su Creador. Y el loco de Nava ayuda a recordar. Todos los habitantes del lugar saben en su natural barroquismo que son todos ellos, un poco, el loco de Nava. En las tardes de otoño, antes de que lleguen los fríos, el loco, cuando no le da por el frenesí de la carrera, pasea la calavera. Guarda como un tesoro la vieja calavera, encontrada en las obras que removieron el cementerio viejo para hacer el parque nuevo. La limpia, la pule, la encera y al atardecer la lleva a pasear a las afueras del pueblo, hasta el lugar que se conoce como La Era. La lleva posada sobre la palma extendida y sarmentosa de su mano izquierda, con la cabeza ladeada y el andar inseguro, la barba rasposa y negra, el mirar encendido y con la mano derecha cerrada, apretada, de la que sólo sobresale el índice agudo, la señala preciso a todo aquél que quiere verla mientras camina maltrecho hacia La Era.

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