Hay que tener clara una cosa: desde el 11 de marzo de aquél año, desde los terribles atentados, nada ha vuelto a ser igual. Aquello se hizo con la clarísima intención de llegar a dónde estamos, de alejarnos de una senda de cierta normalidad. Han pasado los años y sigue en la cárcel un único culpable, un morito. Nadie más. ¿Pero quien organizó aquello? No se ponga a preguntar porque le llamarán de todo. ¿Y las víctimas? Ya saben lo que se dice, que no molesten, que no fastidien con el asunto este. Las víctimas del terrorismo que son el medidor de la calidad de nuestras instituciones prácticamente no existen ya, han sido amortizadas, eliminadas de la vida pública, son parias. Recemos porque no haya más asesinatos así, porque ya sabemos lo que le espera a la víctima: palo, oprobio, marginación. Y aquellos que defienden el asesinato como medio para hacer política, de forma más o menos velada, los herederos o compañeros de terroristas, hoy están en las instituciones, dentro de nada serán la gente normal.
viernes, 11 de marzo de 2016
PASEO
FOTO DEL PASEO. SI OBSERVAN BIEN VERÁN A UN REPRESENTANTE DE LOS QUE NOS ADMINISTRAN... TRISCANDO LA HIERBITA.
Chupando del bote, o la sopa boba, o la casta... :
Otra vez paisaje nubado, nimbado ¿o es nuboso? Nuboso el cielo. Es la famosa sierra cárdena de la que hablan los clásicos, la que pintaron aquellos, la que patea el madrileño que todavía tiene ese privilegio.
Y para acabar, el fotografo de la corporación:
Chupando del bote, o la sopa boba, o la casta... :
Otra vez paisaje nubado, nimbado ¿o es nuboso? Nuboso el cielo. Es la famosa sierra cárdena de la que hablan los clásicos, la que pintaron aquellos, la que patea el madrileño que todavía tiene ese privilegio.
Y para acabar, el fotografo de la corporación:
domingo, 21 de febrero de 2016
sábado, 20 de febrero de 2016
Diario de Alcides Bergamota. Excursión, segunda parte.
Siempre por gentileza de Calvino de Liposthey.
Parte II
Empiezan el camino de vuelta. Van pensativos, ensimismados, tal vez deslumbrados. ¿No había que haber tirado de capote? ¿Intentar un lance, requebrar al pimpollo? ¡Sultana, jenízara! El aire frío les devuelve a otras hermosuras: las del paisaje. El herrerillo, la espléndida pareja de águilas, de vuelo silencioso y suspendido en la altura, como si fuera el mundo quien a sus pies girara, los fresnos sin hoja pero cargados de brotes.
Ahora sí que las masas han hecho su aparición. Del corral han soltado a cien ciclistas, parecen espectros escapados de algún enterramiento, estridentes, silbantes, los ruidos de su máquina semejan el arrastre de cadenas, y dan aviso al incauto caminante de su temible proximidad. Como las ánimas en pena con el negro y deshecho sudario, de negro van ellos vestidos, sobre negros artefactos, con negros cascos, mallas negras, gafas negras, negra velocidad, negro mirar, negra tropa. Un intento de exorcismo casi acaba a tortas, cuando los caminantes se interponen en el camino con los brazos en cruz y gritando un vade retro satanás. Se produce un atasco y poco falta para que rueden por el suelo diez o doce de esos fantasmales pájaros negros. El asno rebuzna, la oveja bala, las vacas pastan, y todos por un momento se asoman a la extraña escena. Los caminantes salen por pies, risco arriba, dónde no pueden seguirles los gentucillas de negras mallas. La sierra vuelve a su ser. El toro brama, la cabra bala, la paloma gorjea, el pájaro gorgorita, la cigüeña crotora, el cuervo grazna, el elefante barrita… ¿Oiga pero que dice?
Parte II
El bar ha cambiado, lo han renovado manos femeninas
sin duda. Hace como cosa de un año, nos explica la espléndida camarera que nos
atiende y que tal vez sea también dueña del lugar. Una venus rural, rotunda y
hermosa con un punto de urbana y morbosa sofisticación. Desprende un magnetismo
y una sensualidad que intimidan al caminante que no quiere pasar ninguna
prueba, que no quiere ser medido ni tentado por esa visión de la mañana. Ella sonríe
enseñando los blancos dientes, con los ojos encendidos, mientras su pecho
serrano palpita al ritmo de una respiración que se agita un algo al atender a
los caminantes. Estas soledades montaraces. Los caminantes se asustan un poco.
Desde lo más profundo de su memoria asoma insinuante el viejo romance y se
azoran. Reducidos a casi nada, saludan a la serrana quitándose el sombrero,
mirando a hurtadillas, sin arrestos para afrontar el evidente convite de la
gran venus retadora, cuyos blancos dientes, cuyos grandes ojos brillan por
momentos con una luz de viejo cuento de hadas. Rompen el hechizo, impiden el
conjuro, pidiendo un pincho de tortilla para dos. La decepción se pinta en los
ojazos, en los colores, en los aires espléndidos de la moza sin par, de la
fundadora de razas y estirpes, de la reserva genética de occidente, que sin
duda esperaba más viriles ademanes. Sirve resignada una ración como para un
pajarillo con remilgos de viejo bujarrón. Se despiden.
Empiezan el camino de vuelta. Van pensativos, ensimismados, tal vez deslumbrados. ¿No había que haber tirado de capote? ¿Intentar un lance, requebrar al pimpollo? ¡Sultana, jenízara! El aire frío les devuelve a otras hermosuras: las del paisaje. El herrerillo, la espléndida pareja de águilas, de vuelo silencioso y suspendido en la altura, como si fuera el mundo quien a sus pies girara, los fresnos sin hoja pero cargados de brotes.
Ahora sí que las masas han hecho su aparición. Del corral han soltado a cien ciclistas, parecen espectros escapados de algún enterramiento, estridentes, silbantes, los ruidos de su máquina semejan el arrastre de cadenas, y dan aviso al incauto caminante de su temible proximidad. Como las ánimas en pena con el negro y deshecho sudario, de negro van ellos vestidos, sobre negros artefactos, con negros cascos, mallas negras, gafas negras, negra velocidad, negro mirar, negra tropa. Un intento de exorcismo casi acaba a tortas, cuando los caminantes se interponen en el camino con los brazos en cruz y gritando un vade retro satanás. Se produce un atasco y poco falta para que rueden por el suelo diez o doce de esos fantasmales pájaros negros. El asno rebuzna, la oveja bala, las vacas pastan, y todos por un momento se asoman a la extraña escena. Los caminantes salen por pies, risco arriba, dónde no pueden seguirles los gentucillas de negras mallas. La sierra vuelve a su ser. El toro brama, la cabra bala, la paloma gorjea, el pájaro gorgorita, la cigüeña crotora, el cuervo grazna, el elefante barrita… ¿Oiga pero que dice?
Trabajos de Calvino de Liposthey. Diarios de Alcides Bergamota.
Calvino de Liposthey publicará pronto su obra sobre
el gran y redundante Alcides Bergamota el Grande y ha tenido la gentileza de
hacernos llegar un adelanto de los apéndices documentales, que vendrán a ser una
suerte de Anales de Alcides Bergamota el Grande o Cuadernos Bergamóticos. Se
trata de una jugoso extracto de su diario personal y debe corresponder, sin
duda, a la época anterior a la que llamamos de
Nava de Goliardos (¿o era Puebla?). De cuando el sin par polígrafo, hundido
en los horrores de la mesocracia, trabajaba por cuenta ajena. Veamos.
Parte I
Entrada del lunes -----. Sin duda un lunes dificultoso, de apatía, de anonadamiento, de ojos hinchados, de desvarío, de mirar ausente, de flaccidez mental, de embotamiento, de embrutecimiento, de baba pendiente, de belfo caído, de negra boca, caverna siniestra que no se cierra, de oscuro orificio que emite el estertor de la cretinez. Y sin embargo, la hermosa naturaleza no se detiene. El frío es cortante, viene el aire cargado de hielo recogido en la sierra cubierta de nieve, omnipresente, blanca, azul de frío, dentada, erguida, permanente y quieta. A los pies de la sierra, el hormiguero de catetos se agita sin freno. Oiga todo ese adjetivar está ya un poco visto, la sucesión de palabras a la manera del noventa y ocho, la sierra cárdena y todo eso… Ya.
Hoy en el menú: monstruosas chuletas viejas de cerdo, azules en su crudeza, a la infame manera, con aires de ponzoña y servilleta estropajosa
Trepamos por la cuesta empinada, bajos los robles, siguiendo la senda que serpentea por entre bloques de majestuoso granito, la cantera de un gigante. Al terminar la subida, el camino se vuelve ligero y alegre, como si el frío de la mañana hubiera preparado un rato de silencio y soledad. Jaras, espinos jugando a esconder las cercas de piedra de las dehesas ganaderas. Al rato algún pino y de repente un cedro. Como de visita, ha tomado posesión de un claro dónde le vemos erguido y con cierta majestad. Es claramente un visitante. ¿De dónde habrá salido? ¿La misma mano osada que los introdujo en los Reales Sitios en el siglo XIX? ¿Algún olvidado propietario? ¿El aire?
El camino desciende ahora lentamente. Las vistas a
nuestra izquierda, de una gran belleza, parecen no tener fin en la claridad del
día, en la nitidez de la mañana. Ni rastro por ahora de joputismo ni
gentucilla. El único ciclista que nos hemos cruzado ha dado los buenos días, ha
desmontado para cedernos el paso, ha besado nuestro anillo episcopal, rodilla
en tierra. Le hemos tirado unas monedas al suelo para que se entretenga. Viejas
losas romanas, una vaca retinta sale de entre las jaras altas y mira mascando
con flemática indiferencia. Saludamos a una familia que contempla el paisaje con
aparente paz, sin navajazos. La escena es bonita y la celebramos con un buenos días al que nos contestan casi
murmurando. En el pueblo, el bar ha cambiado.
martes, 2 de febrero de 2016
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