Es inevitable recordar al hilo de estas líneas la tentación de alabanza de aldea y menosprecio de corte de los clásicos. Porque la constatación práctica de la chifladura del mundo y de sus vanidades puede conducir lógicamente a la voluntad de retirarse, para dedicar el tiempo a cuestiones más hondas y mejores.
Otra reacción puede traducirse en dos actitudes. La de quien, si la vida le impone seguir en el mundo, lo hará con paciencia y caridad, ayudando si puede a paliar chifladuras, extravagancias y necedades, riéndose un poco de ellas, pero sin maldad, sin cinismo, coleccionando impresiones, aumentando el conocimiento del género humano mientras se le echa una mano, guardando en ocasiones prudentes distancias. Y la de quien pondrá su conocimiento de la humanidad al servicio de objetivos particulares, quien utilizará su conocimiento de miserias, flaquezas y ruindades como palanca con la que mover y manejar el hormiguero bullente que formamos todos los humanos. Y podrá hacerlo con desvergüenza y cinismo, para logros de toda clase, algunos inconfesables, o bien para llegar a metas valiosas, buenas. De todas las actitudes basadas en el conocimiento de la dura naturaleza humana esta última es sin duda la más valiosa, la de mayor mérito, la de ciertos grandes hombres que obraron para el bien común. Es sin duda también la más difícil y la que más energía requiere. Esa energía que a casi todos nos falta.
Para terminar este comentario, viene al caso recordar un capítulo de las novelas de Anthony Powell que leíamos ayer. Después de páginas y páginas en las que el autor nos refiere la vida y los enredos de varios personajes, con la descripción de su carácter, rarezas, celos, envidias, reacciones, enfados, contradicciones, aciertos, errores, etc. suenan las alarmas en Londres por un ataque de la aviación alemana. Una bomba cae sobre el lugar dónde varios de esos personajes se reunían para una fiesta. La bomba cae sobre la mesa alrededor de la cual acababan de sentarse. Otra bomba, solitaria, lanzada por un avión aislado, como despistado, cae sobre la parte trasera de la casa de otro de esos personajes. Ese personaje no fue a la fiesta, se marchó a casa, pero cayó bajo una bomba igualmente. Y es magistral esa manera radical de acabar de repente, de un plumazo, con miserias, rarezas, celos, envidias, reacciones, enfados, contradicciones, aciertos, errores. Nos damos cuenta de que todo aquello que parecía esencial, vital, importantísimo, no es nada. Y volvemos de nuevo a girarnos hacia aquello de la espuma de los días, la vanidad de vanidades y el cultivar su jardín.
Al poco rato, una melodía hace que se nos vayan las piernas, entran ganas de echar un baile, dar una vuelta, tomar un chisme. Y vuelta a empezar.