jueves, 27 de febrero de 2025

De los dietarios de A. Bergamota. Como siempre, cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Es inevitable recordar al hilo de estas líneas la tentación de alabanza de aldea y menosprecio de corte de los clásicos. Porque la constatación práctica de la chifladura del mundo y de sus vanidades puede conducir lógicamente a la voluntad de retirarse, para dedicar el tiempo a cuestiones más hondas y mejores. 

Otra reacción puede traducirse en dos actitudes. La de quien, si la vida le impone seguir en el mundo, lo hará con paciencia y caridad, ayudando si puede a paliar chifladuras, extravagancias y necedades, riéndose un poco de ellas, pero sin maldad, sin cinismo, coleccionando impresiones, aumentando el conocimiento del género humano mientras se le echa una mano, guardando en ocasiones prudentes distancias. Y la de quien pondrá su conocimiento de la humanidad al servicio de objetivos particulares, quien utilizará su conocimiento de miserias, flaquezas y ruindades como palanca con la que mover y manejar el hormiguero bullente que formamos todos los humanos. Y podrá hacerlo con desvergüenza y cinismo, para logros de toda clase, algunos inconfesables, o bien para llegar a metas valiosas, buenas. De todas las actitudes basadas en el conocimiento de la dura naturaleza humana esta última es sin duda la más valiosa, la de mayor mérito, la de ciertos grandes hombres que obraron para el bien común. Es sin duda también la más difícil y la que más energía requiere. Esa energía que a casi todos nos falta. 

Para terminar este comentario, viene al caso recordar un capítulo de las novelas de Anthony Powell que leíamos ayer. Después de páginas y páginas en las que el autor nos refiere la vida y los enredos de varios personajes, con la descripción de su carácter, rarezas, celos, envidias, reacciones, enfados, contradicciones, aciertos, errores, etc. suenan las alarmas en Londres por un ataque de la aviación alemana. Una bomba cae sobre el lugar dónde varios de esos personajes se reunían para una fiesta. La bomba cae sobre la mesa alrededor de la cual acababan de sentarse. Otra bomba, solitaria, lanzada por un avión aislado, como despistado, cae sobre la parte trasera de la casa de otro de esos personajes. Ese personaje no fue a la fiesta, se marchó a casa, pero cayó bajo una bomba igualmente. Y es magistral esa manera radical de acabar de repente, de un plumazo, con miserias, rarezas, celos, envidias, reacciones, enfados, contradicciones, aciertos, errores. Nos damos cuenta de que todo aquello que parecía esencial, vital, importantísimo, no es nada. Y volvemos de nuevo a girarnos hacia aquello de la espuma de los días, la vanidad de vanidades y el cultivar su jardín. 
Al poco rato, una melodía hace que se nos vayan las piernas, entran ganas de echar un baile, dar una vuelta, tomar un chisme. Y vuelta a empezar. 


viernes, 21 de febrero de 2025

El mundo. Extracto de los famosos diarios de A. Bergamota (época de hierro, anterior a Nava). Cortesía de Calvino de Liposthey, biógrafo.

Bendita rutina sin duda, pero ¿Cómo resistirla? Cuanta más perspectiva se tiene de la sociedad española, peor es la impresión. Supongo que sucederá lo mismo con la sociedad de otros países. Quiero decir que, con mayor perspectiva, lo único que se consigue es un mayor catálogo de miserias humanas. Sin duda hay gente estupenda aquí y allá, pero tener mayor conocimiento de la sociedad en la que vivimos, lejos de reconciliarnos con ella, aumenta nuestro espanto. En un círculo pequeño, formado por familia, algún amigo, ciertos conocidos, trabajo, la miseria parece acotada, reducida, explicable por el conocimiento que tenemos de las personas, de su carácter y circunstancias. Pensamos por tanto que es excepcional. Que se debe a esta o a aquella causa evidente. Que sin esa circunstancia concreta que la crea, desaparecería. Al ampliar el campo de conocimiento, si por cualquier razón la vida nos lo permite o nos lleva a ello, por participar en instituciones, tener mayor vida social, etc. la sorpresa es que lo que nos parecía excepcional es en realidad general y que el estado natural y primero del hombre se compone de desequilibrio y chifladura. Nos impacta especialmente cuando el acceso a ese campo de visión más amplio llega tarde, con muchos años vividos en un mundo más pequeño. Que el hombre está profundamente tocado por el pecado original es algo tan evidente, tan obvio, que no puede haber duda de que es un perfecto loco, un demente, quien pretenda lo contrario, al estilo de Juan Jacobo y de todos los revolucionarios que le han seguido, en la esfera pública o particular. Porque la revolución ha sucedido también en la esfera particular, en la que la creencia en la perfección y bondad intrínsecas del hombre han conducido a dejar de educar. 

Sólo la mejor educación, bondadosa, estricta y refinada, tan cara, es capaz de canalizar la condición alterada y desequilibrada del hombre. Esa educación incluye por supuesto la educación religiosa católica, el cultivo de la fe. Si no se accede a todo lo demás, que se acceda por lo menos a los diez mandamientos. Y aún así, las probabilidades de cierto éxito son ínfimas.