sábado, 7 de diciembre de 2024

TABACO. Nota tabaquera aparecida en el Heraldo de Nava hace pocos días. Se reproduce con permiso de su autor, Genaro García Mingo Emperador, publicista.

En una de sus novelas sobre Maigret, Simenon describe a un personaje que fuma unos cigarros de color negro conocidos como “clou de cercueil”, es decir, clavos de ataúd. Ahí es nada.

Otro asunto peliagudo es el del mascar tabaco, costumbre prácticamente desaparecida.

Encontramos la siguiente descripción:

Para mascar el tabaco (verbo impropio si los hubo pues no se masca, sino que se exprime por presión), se corta de la cuerda un trozo como de media pulgada, se enrosca, se introduce en la boca y con el índice se hunde en el lado izquierdo de ella entre las llamadas muelas del juicio. Un movimiento dulce e insensible de las mandíbulas tritura poco a poco el tabaco; de vez en cuando se da una vuelta a la mascadura con la lengua; cuando el tabaco no sabe a nada y parece paja se trae la pelota adelante, se aprieta entre la lengua y los dientes y se arroja.

El arte de fumar. Tabacología universal, por Leopoldo Garcia Ramón, Paris 1881, edición facsímil de editorial Maxtor.


En caso de que la descripción anterior no produzca el suficiente rechazo en quien la lea, se podrá rematar la jugada acudiendo a las descripciones que del hábito de mascar tabaco -y del constante escupir que lleva a aparejado- hace Dickens en su novela Vida y aventuras de Martin Chuzzlewit. Insiste particularmente en ello en los capítulos que relatan las aventuras del protagonista en los Estados Unidos. La descripción inmisericorde que hace del país y de sus habitantes se encuentra constantemente aderezada y recrudecida por la general falta de higiene y en particular por todo lo relacionado con los esputos del tabaco.

Veamos un ejemplo en el que un personaje norteamericano reúne tanto la costumbre de mascar tabaco todo el día como la falta de higiene y de modales elementales. Es un párrafo del capítulo xxxiv, en la edición magnífica de Alba Editores: “Enfrente tenían a un caballero exaltado por el tabaco, con una barbita hecha de los desbordamientos de esa hierba que se habían secado en torno a la boca y la barbilla: un adorno tan común que apenas llamó la atención de Martín; pero ese buen ciudadano, ardiendo en deseos de afirmar su igualdad con los recién llegados, chupó el cuchillo y cortó con él la mantequilla, justo en el momento en que Martín iba a servirse un poco. Lo hizo con tal jugosidad que le habría revuelto las tripas a un carroñero.

***



martes, 19 de noviembre de 2024

Le guste o no, suburbio. De los dietarios de Alcides Bergamota.

Se ha venido el atardecer de golpe y ya es casi de noche y la casa se ha como enfriado. Todo el día ha sido mortecino y gris, con el sol escondido como si no quisiera volver. Y no hace frío, pero hay una punta de humedad que no es de aquí. Humedad, cielo bajo y gris, como si casi todas las luces se hubieran apagado, y quedaran sólo algunas bombillas sin pantalla proyectando una luz tristísima. Se quita el sol y esto parece una tarde triste de París, de cuando llegamos con quince años, con mis padres, para vivir allí una corta temporada. No conocíamos entonces la ciudad y esa atmósfera húmeda, de cielo bajo y anochecer temprano se nos hizo cuesta arriba. Y ahora esta tarde tristona me lo recuerda, claro que, en cutre, sin el empaque de aquella ciudad. Esto de esta tarde es el gran Madrid, la expansión acelerada de los últimos cuarenta años. Aunque esta parte por la que paseo accidentalmente hoy es la mejor desarrollada, la parte pensada y rica, no deja de ser una zona impersonal, de burguesía media viviendo a la americana, en urbanizaciones con coches que van y vienen sin parar, niños a los que se lleva y se trae, autobuses de colegio, frenazos, bocinazos, paradas en doble fila, rotondas. Una señora con el inevitable perro. Otro perro cuya correa sujeta una chica que viste calcetín blanco y chanclas de goma, algo realmente feo. El perro es mucho más digno y elegante que ella. Árboles, cuatro tiendas, algún bar, de repente una calle con más solera, mejor pensada, un poco de urbanismo, y de nuevo el pueblito parcheado por el crecimiento con edificios de toda condición. Así es esto. Y no digo que esté mal, no del todo. Pero esta vida motorizada cansa a veces un poco. 

martes, 29 de octubre de 2024

El cliente.

Un cliente difícil sin duda. Manolo Urbano es un enano. Un tío correoso que se ha leído hasta la letra pequeña. Manolo Urbano es un obseso. Un tío rabioso que ha pedido cambios, que ha escrito, que ha tachado. Manolo Urbano es un marrano. Un tío exigente, pegajoso, protestón. Manolo Urbano es maricón. Si, si, así a lo bruto. Pero por fin se ha rendido, le hemos podido, ha cedido, ha firmado. ¡A Manolo Urbano se la han hincado! Ha mordido el polvo. Oye, ¡pero que le has mandado al cliente! ¡Se ha puesto como una furia, ha dicho que en su vida le habían insultado de esa manera, que nos vamos a enterar! ¡Vete empaquetando que estás en la calle!

miércoles, 14 de agosto de 2024

La corte y los tenderos, breve apunte de dos lecturas. De los dietarios de A. Bergamota.

Terminamos el sábado La cartuja de Parma, de Stendhal. Me decía un amigo hace pocos días que le había decepcionado. Yo diría que esa decepción se produce durante la lectura de los primeros capítulos que siguen a ese extraordinario comienzo que nos traslada rápidamente a la gran batalla napoleónica. Después de eso, es verdad que nos sorprende la novela con su continua relación de aventuras casi a manera de folletín o de novela bizantina, acción, acción y más acción. Surge entonces el punto de decepción, pero se va difuminando a medida que la lectura prosigue. Logra que nos metamos en la historia, que durante las muchas páginas de lectura nos traslademos a Parma y acompañemos a los personajes como si fuéramos un miembro más de aquella corte, como si conociéramos palacios, bosques, montañas y lagos, por haberlos paseado infinidad de veces en su compañía. Cuando cerramos la novela queda una sensación luminosa, pese a todo, fruto de la narración. 

Con esa luminosidad en la retina leemos a matacaballo una novela que podríamos llamar de serie negra del autor francés P. Lemaitre, ambientada en el mundo de la empresa y en el mundo del paro. Sin duda sería injusto comparar ambas novelas, no hay duda. Pero desde luego, en la segunda, la luminosidad no existe y queda el sabor amargo de muchas de las más feroces cosas de nuestra época que no es otra que la de forma de vida norteamericana.

Sin duda lo intuía Stendhal al escribir en la Cartuja de Parma esto: 

« Le comte discuta le mérite de chaque juge, et offrit de changer les noms. Mais le lecteur est peut-être un peu las de toutes ces intrigues de cour. De tout ceci, on peut tirer cette morale, que l’homme qui approche de la cour compromet son bonheur, s’il est heureux, et dans tous les cas, fait dépendre son avenir des intrigues d’une femme de chambre. 

D’un autre côté, en Amérique, dans la république, il faut s’ennuyer toute la journée à faire une cour sérieuse aux boutiquiers de la rue, et devenir aussi bête qu’eux ; et là, pas d’Opéra. »

Podría traducirse como sigue: 

“El Conde discutió los méritos de cada juez y se ofreció a cambiar los nombres. Pero el lector quizá esté un poco cansado de tanta intriga cortesana. La moraleja que cabe extraer de todo esto es que un hombre que se acerca a la corte compromete su felicidad, si es que es feliz, y en cualquier caso hace depender su futuro de las intrigas de una camarera. 

En cambio, en América, en la república, hay que aburrirse todo el día cortejando a los tenderos de la calle, y volverse tan estúpido como ellos; y allí, ¡nada de ópera!”.



martes, 2 de julio de 2024

Das Poligonen

Entre los ladrillos brillantes que forman la acera recién puesta se cuela, por la juntura, el brote tierno y primaveral de una planta, dos verdes y pequeñas hojas. Evito pisarlas, le dejo la tarea al de mantenimiento. Más adelante, en el suelo, un guanto enrollado y manchado de aceite, un guante de mecánico y me acuerdo de los tractores viejos y del olor a aceite de las cocheras en el campo, cuando era pequeño. Me invitan al café, acto hispánico, realizado con billete de cincuenta euros puesto sobre la barra negra de la Rosa Negra, pequeño y honrado bar de polígono con nombre de vieja taberna pirática. Se baja del camión de correos un tirillas en pantalón corto con pendientes en las orejas y unos aires que no gustan a primera vista. Son sinónimos de tirillas las palabras enclenque y alfeñique. Lo contrario sería, por ejemplo, referirse a un Sansón. A mi paso, un coche aparcado con dos individuos dentro arranca el motor. Como en las películas, pienso por un momento que me están esperando y que, confundiéndome con alguien, van a intentar liquidarme y tendré que saltar por la rampa del garaje para escapar. Ve usted demasiadas películas, oiga.



lunes, 1 de julio de 2024

A comprar el pan.

El sábado muy pronto subíamos la calle camino de la panadería, con una mañana espléndida, fresca, húmeda, con un cielo tirando a oscuro, cargado de nubes, como de Cantábrico. Sólo faltaba tener el paseo marítimo y un mar cárdeno esperando tras el cambio de rasante. Por la acera de la izquierda, un chico desemboca corriendo en la calle principal, desde una bocacalle. Corre a toda velocidad, pero no puede ser para coger el autobús que está llegando a la parada que se ve a lo lejos, hay demasiada distancia. Lleva una bolsa negra a la espalda. Va mal vestido, como la bolsa, también en colores grises y negros. Ropa deportiva, pantalón corto gris, camiseta negra. Adelanta a toda velocidad a un señor que sube la calle como yo, a su ritmo, y que le mira al pasar con curiosidad. Al poco de adelantarle se detiene bruscamente ante la puerta del jardín de una casa, parece llamar con insistencia, le abren, entra corriendo, se cierra la puerta, desaparece el joven de la mochila. Se oyen ladridos y una voz de mujerona que ordena callar al perro. Al pasar al poco tiempo por delante de la puerta, el señor de hace un momento se detiene y pega el ojo, por breves instantes. ¿Por una mirilla, a través de la reja? Estamos demasiado lejos para poder confirmarlo. Enseguida sigue su paseo cuesta arriba y, dicho sea de paso, yo el mío. Miss Marple a nuestro lado es una aprendiz.

martes, 28 de mayo de 2024

Cosas sin importancia.

Un cretino ha contestado cuando le preguntaban por el menú para una cena: I am alergic to poison. La gente es tonta. Ya se sabe. Otro ha querido arreglarlo diciendo que en realidad quería decir que era alérgico al pescado, pensando en la palabra francesa. También debe ser tonto y ha visto como llegaban varios mensajes digitales refutando su torpe explicación con un “I do like fish!”. 

Salgo del cuarto de baño dónde un chico, pájaro o pavo, hablaba por teléfono con una mujer mientras maniobraba peligrosamente frente a la gran porcelana  blanca de Duchamp. Esto es algo que me ha parecido siempre inadecuado y desagradable. No entremos en detalles. 

Trato esta mañana con un increíble francés, con increíble acento galo al hablar inglés, increíble entusiasmo y una fotografía de perfil en la que sale un increíble careto, todo arrugado, acercándose morro y napia, ojos al cielo, completamente inesperado, fuera de la norma lerdo-estética y generador de una irrefrenable simpatía. 

lunes, 8 de abril de 2024

Lo de Satur. De los dietarios de A. Bergamota, época de hierro. Cortesía de Calvino de Liphostey, biógrafo autorizado y polígrafo.

Vamos a escribir lo de Saturnina que, si no, se nos va a olvidar. 

Parece que el terrible coletazo que nos ha sacudido el invierno, cargado de viento, lluvia, frío y hasta nieve se va poco a poco alejando. Ya hemos tenido los primeros destellos de esa luz primaveral purísima, cristalina, de una fineza que le deja a uno soñador. De camino al polígono, la gran curva de la M-40 enseña de nuevo todo el perfil de Madrid, de la Moncloa al Pirulí, con las crestas de la sierra nevadas. Lo hace ayer con esa luz primaveral, prístina, como del inicio de la Creación, matizada por la humedad y el verdor consecuencia de la lluvia de estos días. En unos segundos, a la velocidad del coche, pasamos revista a toda la ciudad que desde la altura relativa de la carretera parece colocada en el fondo de un plato hondo sin que por ello deje de lucir espléndida. Paisaje para detenerse a dibujar o a pintar, si se tuviera talento para ello. 

Al salir del garaje por la rampa veo llegar por la entrada general al recinto el coche color naranja chillón de Saturnina. Satur o Nina, depende de quien se dirija a ella, es ingeniero y trabaja también en el poligó. Es bueno precisarlo porque Satur tiene a veces un aire como de despiste, de faltarle un hervor, de no enterarse, y su voz aguda, casi de pito, no ayuda a desmentirlo. Pero es lista, no se crean. Detiene el coche y se baja para acercar la tarjeta a la columna de la barrera y abrirla. Lo hace con su sonrisa y nos saludamos con la mano. La forma en que va vestida seguro que es cómoda, comodísima, tiene que serlo, no puede ser de otra forma. Al abrirse la puerta se escapa del interior del coche un estruendo feroz, la música más dura y cañera que imaginarse pueda, kañera con k realmente. Hasta el punto de que casi me detengo. Sigue sonriendo, se baja sin variar el volumen, abre la barrera y vuelve al coche cuya música, si podemos llamar a ese ruido música, sigue atronando la calle en esta hora temprana y fresca de primavera. Al cerrar la puerta se hace el silencio, un silencio relativo claro, el de antes de la monstruosa fanfarria. Se oyen la circulación del tráfico a media distancia, algún movimiento, voces, pasos, gente, y el piar de los pájaros cantando a la estación. Satur según, me dijo, es una amorosa madre de familia. No dudo de ello, además. Y se llama Saturnina que es algo muy meritorio cuando esta misma semana he conocido a dos Janneth. Misterioso nombre cuya traducción al español supongo que será Juana, sin más.


miércoles, 3 de abril de 2024

Calixto y Melibea a lo moderno, con permiso de Azorín, para la introducción y el final que son prestados.

Desde la ancha solana que está a la parte trasera de la casa se abarca toda la huerta en que Melibea y Calisto pasan sus dulces coloquios de amor.

- Oye Meli.

- Que no me llames Meli, que te lo tengo dicho, ¡narices!

- Melibea, que genio tienes.

- El que me parece.

- ¡Y que rica estás!

- No empecemos.

- ¿Y qué te parece morir juntos por amor?

- Muérete tu primero y luego voy yo. Vamos, si no te importa.

- Ya veo que no te hace gracia.

- Pues claro que sí, ¡los amantes de Teruel, tonta ella y tonta el!

- Es que me aburre esto de andar paseando por los jardines estos, con la otra al loro y eso.

- ¡Las manos quietas que cobras!

- ¡Tampoco es para ponerse así, que uno no es de piedra!

- Cada cosa a su tiempo Isto, te lo he dicho ya mil veces. Y ahora paciencia. La culpa la tienes tu, por enredar con la bruja esa. ¿Pero tú que te has creído?

- Se me cruzaron los cables, la culpa la tuvo…

- Pero qué culpa ni que narices, pues no la caló rápido mi madre. A los dos minutos estaba batiendo palmas y la pusieron de patitas en la calle.

- Me dijo que os conocía y pensé…

- ¡Pero que nos va a conocer!

- Tu padre no dijo nada menos mal, es más caritativo el hombre.

- No es esa la versión de mi madre.

- Mejor dejarlo.

- ¡A ver cuando hablas con él, que estás pasmado!

- Deja que pase un tiempo Melibea, que se olvide del lío con la vieja.

- Tu dile que eres de buena familia, y que tienes posibles, lo del piso amueblado, la casa de la playa, que tienes colocación. Y le invitas a cenar.

- Pues sí.

Todo es paz y silencio en la casa. Melibea anda pasito por cámaras y corredores. Lo observa todo; acude a todo. Todo lo previene y a todo acude la diligente Melibea; en todo pone sus ojazos verdes. De tarde en tarde, en el silencio de la casa, se escucha el lánguido y melodioso son de una vihuela: es Alisa que tañe. Otras veces, por los viales de la huerta, se ve escabullirse calladamente la figura alta y esbelta de una moza: es Alisa que pasea entre los árboles.

Calixto está en el solejar, sentado junto a uno de los balcones. Tiene el codo puesto en el brazo del sillón, y la mejilla reclinada en la mano. Hay en su casa bellos cuadros; cuando siente apetencia de música, su hija Alisa le regala con dulces melodías; si de poesía siente ganas, en su librería puede coger los más delicados poetas de España e Italia. Le adoran en la ciudad, le cuidan las manos solícitas de Melibea. No tiene Calixto nada que sentir del pasado; pasado y presente están para el al mismo rasero de bienandanza. Nada puede conturbarle ni entristecerle. Y, sin embargo, Calixto, puesta en la mano la mejilla, mira pasar a lo lejos, sobre el cielo azul, las nubes.

 

viernes, 22 de marzo de 2024

La montaña. De los diarios de A. Bergamota. Época de hierro.

Volvían a Málaga por la misma carretera. Ella explicaba con extraordinaria verborrea la vida de su familia poniendo en común con todos los pasajeros su mundo y sus cambios. Mis padres han vivido toda su vida en el mismo barrio burgués de París y eran médicos los dos. Claro que viajaban algo, pero sólo por vacaciones. Y ahora tienen un nieto en el extranjero y cada uno en un continente, y yo aquí, en España. Se hizo un pequeño y repentino silencio, esperando el final de la frase. Tal vez por pura intuición, oliéndose que podía sacar los pies del tiesto, pudo acabar con acierto diciendo: …España, que es Europa. Un triunfo, lograr así que el conductor no se saliera de la carretera. 

Bergamota, un poco cansado por la agotadora perorata, al pasar delante de aquel paisaje que le era familiar dijo: 

- Miren, esa montaña es de unos amigos míos. 

- ¿Quiere decir que tienen una casa en la montaña?

- No, no. Exactamente al revés, que esa montaña está dentro de los límites de su finca, que es suya y les pertenece todavía, aunque los tiempos hayan cambiado. Pero ellos no han cambiado y la montaña tampoco, no se mueve. Por el contrario, los dueños disparan sin dar el alto a todo el que sí lo hace dentro de su propiedad, sin tener permiso. 

- ¡Disparan! ¡Mon dieu!

- Si, con perdigones de sal, sin piedad, a mala idea. Nadie con posaderas anchas se arriesga a pasear por allí, nadie con un culazo, como se dice hoy en día en que todo es tan ordinario, se atreve. Es un blanco muy apreciado por los dueños de la montaña, su blanco predilecto. Se dice que mezclan pimienta con la sal. 

Hubo en el coche como un estremecimiento y se hizo el silencio. Se apretaron las posaderas y se inclinaron los cogotes sobre los móviles. Todos menos el de Bergamota que miraba de reojo como se alejaba con la velocidad aquel paisaje familiar. 


jueves, 21 de marzo de 2024

No crea que cuando murmura no se le oye. De los dietarios de A. Bergamota. Época de hierro (esto es, antes de Nava).

Cuando apenas terminada la comida se produjo la estampida, uno de los convidados se asombraba de lo concurrido que estaba el lugar. Bergamota escuchaba con paciencia. Había explicado ya varias veces como son los horarios de comer en España y que en una honrada provincia se respetan escrupulosamente. ¡Es increíble! insistía el convidado, un extranjerote. - ¡Son las dos y está lleno y cuando sean las tres seguirán comiendo! - Claro - contestó Bergamota ya un poco harto-, si empiezan a comer a las dos no pueden terminar a la una y media, ¿comprende? Pero nadie escuchaba ya, miraban los móviles con la cerviz doblada. Esto sin duda salvó a Bergamota que con ese comentario punzante se la había jugado. Una voz a su espalda dijo sin embargo por lo bajini: - No crea que cuando murmura no se le oye. 

Calentando motores con unos apuntes de otro año, por A. Bergamota.

Unos apuntes taurinos recuperados. 

Me acerco solo a la plaza para la primera tarde de toros de esta temporada. Produce cierta emoción. De nuevo la variedad de tipos que se ve por aquí: el tío recio que ha venido de su provincia con la cara ya tostada por el sol, la vieja de medio palmo, la familia que se acerca a la plaza, después de comer juntos. Han quitado el estanco de la plaza. Lo busco pensando que me he despistado y con la sorpresa se me olvida coger un programa. Una exposición tirando a fea, salvo por algún collage que se salva. Pero se me ocurre que podría hacerlos yo en casa igual. Detrás de una de las vitrinas una enorme foto de El Juli, ¡reproducida con petit point! Asombroso, único, inexplicable. Tarde soleada, un arenero riega el ruedo con cierto donaire. 


Y del año pasado sólo me acuerdo de dos corridas de toros con algún detalle, con alguna emoción. La tarde de Gomez del Pilar y la tarde de Robleño, cada uno con un toro de José Escolar. Toma claro, y también nos acordamos los demás. Que no es a las seis, que es a y media. Vaya, pues hemos llegado al alba como quien dice. El run run de conversaciones revoloteando sobre la plaza, la gente se coloca y suenan los timbales. Cuarto de entrada. Un bravo y valiente novillo de Montealto, muy por encima del novillero, que muere en los medios queriendo embestir. Fuerte aplauso en el arrastre. No se sabe por qué, el público ha aplaudido a los alguaciles cuando salían a la plaza. Serán las ganas de aplaudir a todo lo que se mueva.

Antonio y sus comentarios: Entonces no se comía en la plaza, estaba muy mal visto, eso era de plazas de pueblo. Sólo se fumaban puros, grandes cigarros habanos. A Bienvenida no le gustaba que le tiraran flores, decía que era cosa de muerto. Nos cuenta luego la historia del Dominguín con el espectador del tendido 9, oculista de la calle general Mola.

martes, 20 de febrero de 2024

Pipismo parisino. A. Bergamota.

Pipa al estilo Edgar P. Jacobs.
Vi en París un día a un señor de excelente pinta, tal vez de mi quinta, que yo ya soy como no me veo, con pantalones de pana de un verde encendido de magnífico paño, sacudir la pipa sobre el talón del zapato. Presencié en directo un gesto a lo Maigret, civilizado, pipero. Como la tienda de pipas del palacio real de la misma ciudad. 

Poitiers. Un apunte de los dietarios de A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, estudioso.

“Fue [la Edad Media] una época de autoridad indiscutible; no es culpa suya que la hayamos perdido para siempre y que, en lugar de ello, seamos arrastrados por las olas de las mayorías venidas desde abajo.”

 Jacob Burckardt, Juicios sobre la historia y los historiadores.  

Poitiers es la ciudad provinciana dónde paró un día Juana de Arco camino de Orleans. Las separan doscientos kilómetros, varias jornadas a pie, al menos diez etapas de veinte kilómetros cada una si un ejército de entonces podía desplazarse a ese ritmo. Poitiers es también el lugar dónde Carlos Martel frenó a los sarracenos, tan adentrados ya en Francia si pensamos que se encuentra a casi quinientos kilómetros de la frontera francesa. Es finalmente la ciudad provinciana de mis bisabuelos maternos y dónde nació mi abuelo -aunque fue pronto parisino-, la ciudad de dónde partía en tren su padre a París para defender a Maurras en sus infinitos pleitos. 

Las iglesias abiertas y vacías huelen a humedad. Es un olor de la infancia, el de esa piedra caliza, piedra que nunca se seca. Están pobladas por esas hileras de sillas de mimbre, vacías, sujetas unas a otras, como en formación militar inamovible. Apenas permiten arrodillarse. Y están también esos santos esculpidos en mármol gris del XIX, tal vez del XX, en cierta forma imágenes recién llegadas. Parecen los templos de un culto extinguido, ido hace tiempo, recordado por la belleza de sus viejos monumentos, por la fábrica imponente de su arquitectura. Los recorren los turistas y los estudiosos del pasado, del arte, de las religiones. Algunos pasan sin ver nada. Otros conocen perfectamente todo lo que ven y saben nombrar cada rincón, cada pieza, pero tampoco ven mucho. Todo lo preside una contemplación fría. Cuesta incluso encontrara el sagrario. En la iglesia de Saint Porchaire recordamos la historia de Santa Radegunda. También vemos una rata negra corretear. Francia parece la viva imagen de la desolación religiosa, quiero decir católica. Y sin embargo, de allí salieron todos aquellos escritores renovadores del catolicismo a los que se refiere Jiménez Lozano en su libro y que tanta importancia tuvieron para varias generaciones. 

La ciudad es vieja, serena y hermosa. Su tono gris se ve realzado por un espléndido cielo azul de nubes estáticas. 

domingo, 18 de febrero de 2024

Comentario a un texto que no se cita. Ni tampoco se enseña. Ni nada. Es carta a la redacción de Timofeevich Polukhin García, hombre sensible.

Gracias por tan bonita entrada tan clarificadora en el sentido que voy a intentar explicar. Si he entendido bien, la forma recta de entender las cosas es esta: un Dios que no falla y que se duele cuando fallamos nosotros. Sin embargo, parece que pocas veces el hombre común se refiere en su día a día a ese amor de Dios. Creo que se decía antes, lo oía yo de pequeño a menudo de boca de una de mis tías, “todo se acaba menos el amor de Dios”. A nuestro alrededor, sin embargo, son frecuentes las referencias a un Dios justiciero, que lleva cuenta de los errores y pecados, que provoca el rechazo de quienes han tropezado, que en lugar de sentirse perdonados y acompañados, sólo perciben la sentencia por el fallo cometido. Ese rechazo, derivado de una incomprensión radical, se extiende a la Iglesia. Antes acusada de ser represora, oscurantista y cercenadora de nuestra libertad. Hoy que tanto se ha suavizado, hasta extremos de inaudito sentimentalismo, se la sigue rechazando tal vez porque nos sigue recordando, pese a todo, que no hay más que un solo Dios, y no somos nosotros. El caso es que no ser capaz de ver las cosas como se describen en la entrada aleja a mucha gente de la alegría y el consuelo que representan la Fe y los Sacramentos. 

Atentamente,

Timofeevich Polukhin García.


Los incumplidores. Nota de cuando el encierro pandémico. A. Bergamota.

¡Bueno, mira eso, un tío andando por la calle tranquilamente! Menos mal que me ha pillado limpiando el rifle. ¡¡Bam!! Un incumplidor menos. Como ha caído, sin un ruido, como un saco de plumas. Como no se me había ocurrido antes, lo que tengo que hacer es apostarme aquí, vigilar, cazar incumplidores…


martes, 6 de febrero de 2024

Comentario a una película que no se cita. Adivinen cual es. Por A. Bergamota, polígrafo.

Siempre se vuelve a Ford, literalmente. Muy a menudo me ha pasado, tras un día de especial cansancio o melancolía, sin fuerzas para la lectura, pero con ánimos para una película. La elección suele ser Ford. En su cine está pintada la vida misma, con toda su riqueza, con toda su belleza y con sus sinsabores y amarguras. Su cine ayuda a tomar una cierta distancia frente a uno mismo, frente a las cosas que nos pasan. Es como si nos dijera: mira, el mundo funciona así, esto es lo que hay, pero ¿a qué es extraordinario?

La película implícita es tal vez una de las más refinadas y sutiles de Ford, que es mucho decir. El tratamiento de la guerra civil, tan presente por alusiones a lo largo de toda la película, es sencillamente magistral. De ese tono podríamos aprender nosotros para abordar la nuestra. La cena a la luz de los grandes candelabros y la serenata con que concluye aúnan belleza estética, cuidado exquisito de los detalles y un lirismo difícil de superar. Pero es en el tratamiento de la relación entre el coronel y su mujer dónde Ford toca unas fibras y llega a unos matices que están al alcance de muy pocos. Tanto la forma de narrar por parte del director como la propia relación entre los personajes de ficción –distancia, resentimiento, odio, amor, comprensión, perdón, reconciliación- son de una fineza y de una delicadeza de sentimientos muy poco comunes.
En cuanto a la cuestión india, ni siquiera en Ford, ni siquiera en su último western (que no es esta película implícita), encontraremos nada que se pueda acercar, ni remotamente, a considerar al indio como prójimo. No hay en ese mundo un Juan de Zumárraga, un Tata Vasco, o un Garcilaso de la Vega el Inca, quien, ya retirado en Sevilla, pudo contar el encontronazo entre el mundo de su padre, hidalgo extremeño, y el de su madre, princesa inca. Pero nos ha faltado un director con el talento y la falta de complejos de Ford para contarlo.


martes, 16 de enero de 2024

Tiorras y tiorros. Pipa. Un extracto de los famosos cuadernos de A. Bergamota.

Homenaje -modesto- a E.P. Jacobs.
 Dice mi amigo Genaro que no hay nada más destructivo para la relación entre un hombre y una mujer que descubrir que el otro es simplemente tonto, sin más. Sabe mucho Genaro y ha descubierto alta tontería en toda una larga fila de tiorras que forman disciplinadamente en su ajetreado pasado. Todos esperamos que la actual se revele de una vez por todas tan inteligente como curvilínea. Genaro es difícil. 

Vi en París un día a un señor de excelente pinta, tal vez de mi quinta, que yo ya soy como no me veo, con pantalones de pana de un verde encendido de magnífico paño, sacudir la pipa sobre el talón de un magnífico zapato izquierdo. Un gesto de Maigret, civilizado, antiguo. Como la tienda de pipas del palacio real, que en francés se escribe Palais Royale. Hay gente que presume de idiomas. ¡Cuántos bofetones se pierden!


lunes, 15 de enero de 2024

Belleza. De los cuadernos de A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, editor.

Hay chicas, mujeres realmente, que afeccionan el ancho pantalón de cuadros, como de comedia del arte, el zapato plano con hebilla, un calcetín corto, que remata una pernera de pantalón ancha, porque anchos son sus muslos, todo se da un aire de pirámide al revés. Andan sobre dos pirámides al revés, los cuadros del pantalón van a juego de una rebeca de ganchillo blanco, y llevan lazos en el pelo, a veces una coleta corta. Sonríen y son inteligentes, con un aire sereno y maternal. No hay duda de que la mejor compañía para ellas, y para otras muchas, para casi todas, seria media docena de hermosos hijos y un marido que fuera un apoyo firme como una vieja catedral medieval, un puente romano, una muralla de vieja ciudad castellana. Pero muchas de ellas están solas, con sus hojas de cálculo y su jerga profesional dicha en inglés, y con los pantalones de cuadros y el lazo en el pelo, alguno se atreve todavía, incluso, con unos pendientes de perlas.