martes, 19 de noviembre de 2024

Le guste o no, suburbio. De los dietarios de Alcides Bergamota.

Se ha venido el atardecer de golpe y ya es casi de noche y la casa se ha como enfriado. Todo el día ha sido mortecino y gris, con el sol escondido como si no quisiera volver. Y no hace frío, pero hay una punta de humedad que no es de aquí. Humedad, cielo bajo y gris, como si casi todas las luces se hubieran apagado, y quedaran sólo algunas bombillas sin pantalla proyectando una luz tristísima. Se quita el sol y esto parece una tarde triste de París, de cuando llegamos con quince años, con mis padres, para vivir allí una corta temporada. No conocíamos entonces la ciudad y esa atmósfera húmeda, de cielo bajo y anochecer temprano se nos hizo cuesta arriba. Y ahora esta tarde tristona me lo recuerda, claro que, en cutre, sin el empaque de aquella ciudad. Esto de esta tarde es el gran Madrid, la expansión acelerada de los últimos cuarenta años. Aunque esta parte por la que paseo accidentalmente hoy es la mejor desarrollada, la parte pensada y rica, no deja de ser una zona impersonal, de burguesía media viviendo a la americana, en urbanizaciones con coches que van y vienen sin parar, niños a los que se lleva y se trae, autobuses de colegio, frenazos, bocinazos, paradas en doble fila, rotondas. Una señora con el inevitable perro. Otro perro cuya correa sujeta una chica que viste calcetín blanco y chanclas de goma, algo realmente feo. El perro es mucho más digno y elegante que ella. Árboles, cuatro tiendas, algún bar, de repente una calle con más solera, mejor pensada, un poco de urbanismo, y de nuevo el pueblito parcheado por el crecimiento con edificios de toda condición. Así es esto. Y no digo que esté mal, no del todo. Pero esta vida motorizada cansa a veces un poco. 

martes, 29 de octubre de 2024

El cliente.

Un cliente difícil sin duda. Manolo Urbano es un enano. Un tío correoso que se ha leído hasta la letra pequeña. Manolo Urbano es un obseso. Un tío rabioso que ha pedido cambios, que ha escrito, que ha tachado. Manolo Urbano es un marrano. Un tío exigente, pegajoso, protestón. Manolo Urbano es maricón. Si, si, así a lo bruto. Pero por fin se ha rendido, le hemos podido, ha cedido, ha firmado. ¡A Manolo Urbano se la han hincado! Ha mordido el polvo. Oye, ¡pero que le has mandado al cliente! ¡Se ha puesto como una furia, ha dicho que en su vida le habían insultado de esa manera, que nos vamos a enterar! ¡Vete empaquetando que estás en la calle!

miércoles, 14 de agosto de 2024

La corte y los tenderos, breve apunte de dos lecturas. De los dietarios de A. Bergamota.

Terminamos el sábado La cartuja de Parma, de Stendhal. Me decía un amigo hace pocos días que le había decepcionado. Yo diría que esa decepción se produce durante la lectura de los primeros capítulos que siguen a ese extraordinario comienzo que nos traslada rápidamente a la gran batalla napoleónica. Después de eso, es verdad que nos sorprende la novela con su continua relación de aventuras casi a manera de folletín o de novela bizantina, acción, acción y más acción. Surge entonces el punto de decepción, pero se va difuminando a medida que la lectura prosigue. Logra que nos metamos en la historia, que durante las muchas páginas de lectura nos traslademos a Parma y acompañemos a los personajes como si fuéramos un miembro más de aquella corte, como si conociéramos palacios, bosques, montañas y lagos, por haberlos paseado infinidad de veces en su compañía. Cuando cerramos la novela queda una sensación luminosa, pese a todo, fruto de la narración. 

Con esa luminosidad en la retina leemos a matacaballo una novela que podríamos llamar de serie negra del autor francés P. Lemaitre, ambientada en el mundo de la empresa y en el mundo del paro. Sin duda sería injusto comparar ambas novelas, no hay duda. Pero desde luego, en la segunda, la luminosidad no existe y queda el sabor amargo de muchas de las más feroces cosas de nuestra época que no es otra que la de forma de vida norteamericana.

Sin duda lo intuía Stendhal al escribir en la Cartuja de Parma esto: 

« Le comte discuta le mérite de chaque juge, et offrit de changer les noms. Mais le lecteur est peut-être un peu las de toutes ces intrigues de cour. De tout ceci, on peut tirer cette morale, que l’homme qui approche de la cour compromet son bonheur, s’il est heureux, et dans tous les cas, fait dépendre son avenir des intrigues d’une femme de chambre. 

D’un autre côté, en Amérique, dans la république, il faut s’ennuyer toute la journée à faire une cour sérieuse aux boutiquiers de la rue, et devenir aussi bête qu’eux ; et là, pas d’Opéra. »

Podría traducirse como sigue: 

“El Conde discutió los méritos de cada juez y se ofreció a cambiar los nombres. Pero el lector quizá esté un poco cansado de tanta intriga cortesana. La moraleja que cabe extraer de todo esto es que un hombre que se acerca a la corte compromete su felicidad, si es que es feliz, y en cualquier caso hace depender su futuro de las intrigas de una camarera. 

En cambio, en América, en la república, hay que aburrirse todo el día cortejando a los tenderos de la calle, y volverse tan estúpido como ellos; y allí, ¡nada de ópera!”.



martes, 2 de julio de 2024

Das Poligonen

Entre los ladrillos brillantes que forman la acera recién puesta se cuela, por la juntura, el brote tierno y primaveral de una planta, dos verdes y pequeñas hojas. Evito pisarlas, le dejo la tarea al de mantenimiento. Más adelante, en el suelo, un guanto enrollado y manchado de aceite, un guante de mecánico y me acuerdo de los tractores viejos y del olor a aceite de las cocheras en el campo, cuando era pequeño. Me invitan al café, acto hispánico, realizado con billete de cincuenta euros puesto sobre la barra negra de la Rosa Negra, pequeño y honrado bar de polígono con nombre de vieja taberna pirática. Se baja del camión de correos un tirillas en pantalón corto con pendientes en las orejas y unos aires que no gustan a primera vista. Son sinónimos de tirillas las palabras enclenque y alfeñique. Lo contrario sería, por ejemplo, referirse a un Sansón. A mi paso, un coche aparcado con dos individuos dentro arranca el motor. Como en las películas, pienso por un momento que me están esperando y que, confundiéndome con alguien, van a intentar liquidarme y tendré que saltar por la rampa del garaje para escapar. Ve usted demasiadas películas, oiga.



lunes, 1 de julio de 2024

A comprar el pan.

El sábado muy pronto subíamos la calle camino de la panadería, con una mañana espléndida, fresca, húmeda, con un cielo tirando a oscuro, cargado de nubes, como de Cantábrico. Sólo faltaba tener el paseo marítimo y un mar cárdeno esperando tras el cambio de rasante. Por la acera de la izquierda, un chico desemboca corriendo en la calle principal, desde una bocacalle. Corre a toda velocidad, pero no puede ser para coger el autobús que está llegando a la parada que se ve a lo lejos, hay demasiada distancia. Lleva una bolsa negra a la espalda. Va mal vestido, como la bolsa, también en colores grises y negros. Ropa deportiva, pantalón corto gris, camiseta negra. Adelanta a toda velocidad a un señor que sube la calle como yo, a su ritmo, y que le mira al pasar con curiosidad. Al poco de adelantarle se detiene bruscamente ante la puerta del jardín de una casa, parece llamar con insistencia, le abren, entra corriendo, se cierra la puerta, desaparece el joven de la mochila. Se oyen ladridos y una voz de mujerona que ordena callar al perro. Al pasar al poco tiempo por delante de la puerta, el señor de hace un momento se detiene y pega el ojo, por breves instantes. ¿Por una mirilla, a través de la reja? Estamos demasiado lejos para poder confirmarlo. Enseguida sigue su paseo cuesta arriba y, dicho sea de paso, yo el mío. Miss Marple a nuestro lado es una aprendiz.

martes, 28 de mayo de 2024

Cosas sin importancia.

Un cretino ha contestado cuando le preguntaban por el menú para una cena: I am alergic to poison. La gente es tonta. Ya se sabe. Otro ha querido arreglarlo diciendo que en realidad quería decir que era alérgico al pescado, pensando en la palabra francesa. También debe ser tonto y ha visto como llegaban varios mensajes digitales refutando su torpe explicación con un “I do like fish!”. 

Salgo del cuarto de baño dónde un chico, pájaro o pavo, hablaba por teléfono con una mujer mientras maniobraba peligrosamente frente a la gran porcelana  blanca de Duchamp. Esto es algo que me ha parecido siempre inadecuado y desagradable. No entremos en detalles. 

Trato esta mañana con un increíble francés, con increíble acento galo al hablar inglés, increíble entusiasmo y una fotografía de perfil en la que sale un increíble careto, todo arrugado, acercándose morro y napia, ojos al cielo, completamente inesperado, fuera de la norma lerdo-estética y generador de una irrefrenable simpatía. 

lunes, 8 de abril de 2024

Lo de Satur. De los dietarios de A. Bergamota, época de hierro. Cortesía de Calvino de Liphostey, biógrafo autorizado y polígrafo.

Vamos a escribir lo de Saturnina que, si no, se nos va a olvidar. 

Parece que el terrible coletazo que nos ha sacudido el invierno, cargado de viento, lluvia, frío y hasta nieve se va poco a poco alejando. Ya hemos tenido los primeros destellos de esa luz primaveral purísima, cristalina, de una fineza que le deja a uno soñador. De camino al polígono, la gran curva de la M-40 enseña de nuevo todo el perfil de Madrid, de la Moncloa al Pirulí, con las crestas de la sierra nevadas. Lo hace ayer con esa luz primaveral, prístina, como del inicio de la Creación, matizada por la humedad y el verdor consecuencia de la lluvia de estos días. En unos segundos, a la velocidad del coche, pasamos revista a toda la ciudad que desde la altura relativa de la carretera parece colocada en el fondo de un plato hondo sin que por ello deje de lucir espléndida. Paisaje para detenerse a dibujar o a pintar, si se tuviera talento para ello. 

Al salir del garaje por la rampa veo llegar por la entrada general al recinto el coche color naranja chillón de Saturnina. Satur o Nina, depende de quien se dirija a ella, es ingeniero y trabaja también en el poligó. Es bueno precisarlo porque Satur tiene a veces un aire como de despiste, de faltarle un hervor, de no enterarse, y su voz aguda, casi de pito, no ayuda a desmentirlo. Pero es lista, no se crean. Detiene el coche y se baja para acercar la tarjeta a la columna de la barrera y abrirla. Lo hace con su sonrisa y nos saludamos con la mano. La forma en que va vestida seguro que es cómoda, comodísima, tiene que serlo, no puede ser de otra forma. Al abrirse la puerta se escapa del interior del coche un estruendo feroz, la música más dura y cañera que imaginarse pueda, kañera con k realmente. Hasta el punto de que casi me detengo. Sigue sonriendo, se baja sin variar el volumen, abre la barrera y vuelve al coche cuya música, si podemos llamar a ese ruido música, sigue atronando la calle en esta hora temprana y fresca de primavera. Al cerrar la puerta se hace el silencio, un silencio relativo claro, el de antes de la monstruosa fanfarria. Se oyen la circulación del tráfico a media distancia, algún movimiento, voces, pasos, gente, y el piar de los pájaros cantando a la estación. Satur según, me dijo, es una amorosa madre de familia. No dudo de ello, además. Y se llama Saturnina que es algo muy meritorio cuando esta misma semana he conocido a dos Janneth. Misterioso nombre cuya traducción al español supongo que será Juana, sin más.