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sábado, 10 de mayo de 2025

Brasillach. Por Genaro García Mingo Emperador. Reseña publicada en el Heraldo de Nava.

Termino hoy Intelligence avec l’ennemi. Le procès Brasillach, de Alice Kaplan. 

El libro es muy bueno, aunque sólo sea por su perfecto orden y estructura, la lógica que aplica, lo bien que está escrito. Lo que cuenta es interesante, porque enlaza con muchas cosas que interesan tanto por razones generales, la historia europea y francesa, como familiares, seguir entendiendo lo que fue la derecha francesa, lo que significó la Acción Francesa de Maurras, etc. 

Desde luego el pobre Brasillach, con su fascismo enrabietado y su colaboración activa con el ocupante nazi, se sale completamente del marco. 

Uno se queda con la sensación de que fue un pobre hombre, una inteligencia funcionando sola, magníficamente entrenada por sus condiciones intelectuales como alumno de la Escuela Normal Superior, pero sin asidero alguno con la realidad, probablemente debido a las limitaciones y frustraciones de su condición personal, en particular de su más que probable homosexualidad reprimida. Y parece que esa inteligencia trabajando al cien por cien a su aire, esa facilidad de palabra, de escritura, acaban conduciéndole al esperpento, al disparate, si no es a la más completa frivolidad, escribiendo cosas que resultan penosas y terribles. De alguna manera acaba por aterrizar y recuperar una cierta dignidad durante su juicio y al ser condenado. Resulta un poco desolador. 

Al final, parecen tener razón tanto Jean Paulhan como Cocteau cuando dicen lo siguiente (página 357): 

« Le fait qu’un esprit aussi frivole que Brasillach ait pu se conduire de façon à être un jour justement digne de la mort, cela en dit long sur une incohérence profonde de nos mœurs. » (Paulhan).

Comme le disait Cocteau, Brasilach était « absurde et néfaste ». 

Esto no quita para que la historia de esa época tremenda sea mucho más compleja de lo que se nos dice hoy, muy lejos de los maniqueísmos de buenos y malos. El libro trata con ecuanimidad muchos de esos aspectos. Por ejemplo, recuerda en la página 253 como en un momento determinado, en noviembre de 1944, de Gaulle declara Vichy ilegal : “(…) et cette illégalité était au coeur des procés de l’épuration. La célèbre ordonnance du Général disait que la “forme du gouvernement de la France est et demeure la république […], en droit, celle-ci n’a jamais cessé d’exister ». De Gaulle ne demandait rien de moins à la France que de réécrire son histoire : la France libre, la France résistante de De Gaulle, serait dorénavant considérée comme ayant été le vrai gouvernement de la nation. Vichy devait être considéré en revanche comme une parenthèse dans l’histoire de France, une imposture juridique. » 

Sobre ese borrón y cuenta nueva completamente artificial se fundó la postguerra francesa. Los que habían sido fieles al ordenamiento legal, a las ordenanzas militares, al gobierno legalmente constituido, y fueron muchos y sin colaboración alguna con el enemigo, se quedaron colgando de la brocha cuando el general le dio una patada a la escalera que eran legalidad e historia recientes. Tal vez fuera la genialidad que permitió a Francia colocarse entre los vencedores. 

Para El Heraldo de Nava, Genaro García Mingo.



martes, 20 de febrero de 2024

Poitiers. Un apunte de los dietarios de A. Bergamota. Cortesía de Calvino de Liposthey, estudioso.

“Fue [la Edad Media] una época de autoridad indiscutible; no es culpa suya que la hayamos perdido para siempre y que, en lugar de ello, seamos arrastrados por las olas de las mayorías venidas desde abajo.”

 Jacob Burckardt, Juicios sobre la historia y los historiadores.  

Poitiers es la ciudad provinciana dónde paró un día Juana de Arco camino de Orleans. Las separan doscientos kilómetros, varias jornadas a pie, al menos diez etapas de veinte kilómetros cada una si un ejército de entonces podía desplazarse a ese ritmo. Poitiers es también el lugar dónde Carlos Martel frenó a los sarracenos, tan adentrados ya en Francia si pensamos que se encuentra a casi quinientos kilómetros de la frontera francesa. Es finalmente la ciudad provinciana de mis bisabuelos maternos y dónde nació mi abuelo -aunque fue pronto parisino-, la ciudad de dónde partía en tren su padre a París para defender a Maurras en sus infinitos pleitos. 

Las iglesias abiertas y vacías huelen a humedad. Es un olor de la infancia, el de esa piedra caliza, piedra que nunca se seca. Están pobladas por esas hileras de sillas de mimbre, vacías, sujetas unas a otras, como en formación militar inamovible. Apenas permiten arrodillarse. Y están también esos santos esculpidos en mármol gris del XIX, tal vez del XX, en cierta forma imágenes recién llegadas. Parecen los templos de un culto extinguido, ido hace tiempo, recordado por la belleza de sus viejos monumentos, por la fábrica imponente de su arquitectura. Los recorren los turistas y los estudiosos del pasado, del arte, de las religiones. Algunos pasan sin ver nada. Otros conocen perfectamente todo lo que ven y saben nombrar cada rincón, cada pieza, pero tampoco ven mucho. Todo lo preside una contemplación fría. Cuesta incluso encontrara el sagrario. En la iglesia de Saint Porchaire recordamos la historia de Santa Radegunda. También vemos una rata negra corretear. Francia parece la viva imagen de la desolación religiosa, quiero decir católica. Y sin embargo, de allí salieron todos aquellos escritores renovadores del catolicismo a los que se refiere Jiménez Lozano en su libro y que tanta importancia tuvieron para varias generaciones. 

La ciudad es vieja, serena y hermosa. Su tono gris se ve realzado por un espléndido cielo azul de nubes estáticas.