El sábado
compré en una pastelería de la calle de Alcalá unas rosquillas del Santo, la
mitad lista y la mitad tontas. Al comprar las tontas me acordé de unos cuantos,
al comprar las listas me quedé en blanco. La dependienta estaba enfadada la tía
retaca, porque era tarde y no quería ya vender. Seguro que no es la
propietaria. Echó bufidos y fue antipática, estuve a punto de regalarle una de
las rosquillas, ¿adivinen cuál?
Todavía pasear
desde la plaza de Toros por la calle de Alcalá arriba es un espectáculo, queda
todavía un mundo con algún rasgo castizo y original, en las pintas, las
tiendas, la ropa, el aire, la forma de andar, las cervecerías llenas, las
enormes raciones de patatas fritas, por muy igualado que esté hoy todo.
A. Bergamota, para la Voz de Nava.
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