Corría Tato a toda velocidad en su bólido. Estas escapadas para tratar las
burocracias de la FTPVD eran ocasión para tomarse libertades que en el pequeño
mundo de Nava tenía más restringidas. La condesa y Bergamota, e incluso
Doroteo, se comportaban con total desenvoltura en el pueblo. Tato se sentía más
sujeto. Presidente y director de la Fundación, comprenda usted. No es que ellos
escandalizaran, no, pero tanto Jazz, tanto concierto, tantas conferencias,
tanto lío. ¡Tanta opinión! A él, en casa, le costaba más significarse. Salvo
que le pincharan mucho o arremetieran contra la Fundación y sus protegidos.
Con
la ventanilla bajada y a toda velocidad se acercaba al lugar dónde habían
quedado. Un descapotable hubiera estado mejor. Esto se recalienta por momentos
y el aire acondicionado me sienta mal. Al enchufarlo exhala un tufo como a
humedad de sepulcro. Se puso música. No cualquier música, un brutal tachún tachún,
el Nava-remix, con el que atronaba a los coches que adelantaba.
¿Qué
si sacaba la lengua al conducir? Por supuesto que no. Sujetaba con la comisura
de los labios una noble pipa de brezo, encendida claro, y llevaba las manos
enfundadas en unos guantes de conducir de cabritilla. Conducía tan poco a
menudo que había que dar solemnidad a la ocasión y vestirse. Gorra visera, si,
por supuesto. Claro. Latía todo su ser al ritmo de la velocidad y del musicón,
como sincronizado con el tiempo, con la agitadísima primavera. Los efectos de
luz producidos por las nubes jugando con el sol daban al paisaje anodino por el
que circulaba unos aires de espléndida grandeza. La cazoleta de la pipa ardía
intranquila, al ritmo sincopado del Nava-mix.
Está
cerca de la primera rotonda, nada más salir al llegar, no tiene pérdida. Le había
dado ya dos vueltas, mirando con atención y empezaba a acordarse del cretino
que le había dado las explicaciones. Fachada de ladrillo y una puerta de cristal.
¡Pero si no había otra cosa! Inmuebles nuevos, todos iguales. Los había en toda
la sierra y en el ensanche más reciente de Madrid. Fotocopiadora, papelería,
espacio de juegos gaming, un chino,
una gestoría, Bermúdez de Vellón asesores, frutas y verduras, local vacío,
local vacío, estudio de arquitectos, cerrado, máquinas cortacésped, material
para piscinas, con clínica estética Rachel Morera no envejecerás y fotografías
que hubieran hecho enrojecer al personal no hace tanto; inmobiliaria, vendemos
tu piso. Y de repente otra rotonda. Al otro lado de la calle, un anchísimo
bulevar con mucho tráfico, edificios similares, con escaparates del estilo.
Intentó
cruzar pero la vegetación del bulevar lo impedía y tuvo que llegar hasta el
paso de cebra. Al llegar a la acera ni un alma. Muchos escaparates cerrados. Colchones
Cebrían, la tienda ecológica, se traspasa, bar, tapicería Márquez, local vacío,
local vacío, farmacia, bar, zapatería en liquidación, taberna moderna, local
vacío, material de oficina, estudio de grabación Music Sound. Miró para atrás.
Sin darse cuenta había andado como dos kilómetros. Retrocedió al trote.
- Oiga
perdone, ¿la primera rotonda es esta?
- Pues
hombre, dependerá de por dónde entre usted al pueblo. Hay quince rotondas en
fila, como los eslabones de una cadena.
- Ya,
claro – replicó sosegado mientras por dentro subía la ira por momentos.
- ¿Sabe
cómo llamo yo a esto?
- Pues
no la verdad.
- Yo
a esto lo llamo la ciudad salchicha. Ni plaza mayor, ni iglesia, ni orden ni
nada.
- Así
están las cosas. ¿Y por qué salchicha y no cadena? ¿Por qué no la ciudad
cadena? Como dice que las rotondas son como cadenas…
- Lo
digo porque son lo único duro y macizo las rotondas. Pero el resto es blando,
la ciudad blanda, la ciudad salchicha. Parece que tiene consistencia pero si
aprietas no hay nada. Esto está lleno de degenerados contemporáneos.
- Bueno
oiga, yo si quiero le dejo unas tarjetas de la FTPVD.
- ¿Y
eso que es? ¿Es usted policía?
- No
hombre, la Fundación Tato para Varones Desahuciados. Soy el presidente. Como
dice que hay tanto degenerado, debe haber mucho medio hombre llorón y
amariconado…
- Eso
digo yo. Gracias. Le dejo que sigo con el paseo.
Tato subió al coche,
renunció otra vez al aire acondicionado, imaginó que conducía un descapotable y
abandonando el eslabón de la gigantesca ristra en el que había aparcado, se
alejó de la ciudad salchicha renunciando a cualquier pesquisa.