Poemas del
poligó: evocar la esquina del ailanto, nuevamente, china, amarilla, peligrosa,
invasiva, y contraponerla con la esquina de la higuera, romana, medieval, dulce,
clásica, mediterránea.
Recordamos imágenes regaladas por este
espléndido otoño tan variado. Ha sido lluvioso y soleado, ha sido frío y templado,
ha sido brumoso y luminoso. Al desembocar con el coche en la carretera más
ancha vemos un amanecer encendido sobre Madrid, con el horizonte ardiendo en
una única e inmensa metálica llama. Más adelante, la orla azul de frío, bruma y
mañana sobre la línea de pinos en el horizonte. Luz, perspectiva, profundidad,
anchura. ¡El ancho mundo! ¡Daban ganas de echarse a andar para recorrerlo a
pie, despaciosamente, como un viajero de otro tiempo! Finalmente, desde una de
las alturas de esta ciudad inmensa que se extiende a los pies de la sierra se
veía, de repente, todo el horizonte; la inmensa hondonada poblada del valle:
árboles y edificios hasta dónde alcanzaba la vista, venciendo finalmente los
primeros al remontar el paisaje hacia la montaña. Una sierra majestuosa, un
coloso quieto, inmóvil, como detenido en una meditación de siglos, con su gran
manto de la más espesa, sólida, blanca y consistente nieve. En medio de
nuestras miserias, de nuestras pequeñeces de oficinista de vida pequeño
burguesa, de chupatintas, aquello resultaba grandioso. Observen el detalle: lo
que se califica de pequeño burgués es la vida que se lleva, no a quien la lleva. El sujeto, por tanto, podría ser otra cosa, tal vez mayor, aunque la querencia
clara, evidente, sin duda inexorable y fatal, sea la condición de rastacueros,
pelagatos, peladilla o pinchaúvas.