lunes, 22 de octubre de 2018

COLD WAR

- ¿Nos gusta ir al cine? - se preguntaba el gran Bergamota.
- Mire, la verdad es que el cine sí que nos gusta, pero ir al cine es otra cosa, contestó Tato.
- Ir al cine es someterse a la cartelera del momento, o como se decía antes, a lo que echen en el cine de cerca de casa.
También Doroteo dio su opinión:
- Y está claro que no puede compararse el cine con una tarde de toros. He dicho.
- Pues claro que no, ¡dónde va usted!
- No hay color. 


Esa charla la mantenían alegremente los de Nava dando un paseo al atardecer. Concluía la temporada, habían deseado a los conocidos de la plaza feliz invierno y hasta la vuelta. Y ahora evocaban la tarde de Urdiales, los Pabloromeros, la brega valiente de Chacón, aquél quite...  El otoño que hace unos días apenas si se insinuaba, jugando tímidamente con los matices de la luz del día, variando transparencias y veladuras, hoy había dado un paso al frente definitivo. Cruzaban el cielo inmensas formaciones de pájaros organizadas en punta de flecha, como diciendo: ahí os quedáis con los fríos…

El cine se había colado en la charla. Porque de vez en cuando, alguna tarde que otra, aparecía el mirlo blanco.
***
No les descubriremos nada nuevo diciendo que Cold War es una buena película, pues está en boca de todos y en la prensa. Más importante lo primero sin duda. Porque de la prensa cualquiera se fía. Tenemos poca información sobre el filme –como dicen los entendidos- por no decir que ninguna y quién sabe si lo que a continuación contaremos será o no un disparate.
Cold War es una película de este año, estrenada en octubre, polaca, dirigida por Paweł Pawlikowski.

¿Por qué se hace en 2018 una película sobre la Polonia de la postguerra mundial, de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo? ¿Por qué se decide contar una historia, esa historia y de esa manera? Sin espías, sin Historia con mayúscula. Con la historia pequeña, personal e íntima de los protagonistas, únicamente. Puede haber mil razones: la memoria, el deseo de fijarla, el homenaje o el recuerdo a los que nos precedieron (la película está dedicada a los padres del director), el puro afán de narrar, la reflexión sobre el pasado, la necesidad de entenderlo o reflexionar sobre él. También, por qué no, el deseo de entender el presente. 
De todo un poco suponemos que habrá entre las motivaciones de la película, pero tal vez pensar en la Polonia de hoy volviéndose hacia lo que vivieron generaciones anteriores no sea la menor de ellas.
Chico conoce chica al poco de terminada la segunda guerra mundial. Él es músico de mucho talento. Ella más joven se presenta a la selección de jóvenes para la formación de los coros y danzas del momento, promovidos por el gobierno comunista polaco. Ella es seleccionada, él es el director, se enamoran. Sin estridencias, sin brocha gorda, sólo a través de la evolución de la agrupación musical pasará el espectador por la Polonia comunista, con un trasfondo claro de consignas políticas oficiales, vigilancia y delación por el que transcurre la vida de los protagonistas. Espeluznante resulta la escena en la que, animados por la administración a incluir alguna pieza política en el repertorio, el coro canta una alabanza a Stalin mientras un gigantesco retrato del padrecito se va desplegando sobre sus cabezas y el público en pie aplaude con frenesí al final de la actuación.
Pero hay en ese mundo que se describe mucho talento y autenticidad, vida a borbotones. Los dos protagonistas tienen carácter, personalidad y talento. Una cierta talla que no es únicamente artística. Él ha recorrido Polonia en camión con dos colaboradores, grabando lo que hoy llamaríamos folclore tradicional, es decir, canciones y piezas musicales populares, interpretadas por los habitantes de los pueblos que recorren. Esas grabaciones servirán luego de base para el espectáculo de coros y danzas en el que ella destaca pronto como bailarina y cantante.
Cuando Victor decida pasarse al oeste, Zula no se atreverá a seguirle por la inseguridad que le produce la falta de una educación más refinada, más parecida a la del músico.
Y aquí es donde en cierto modo salta la sorpresa, por la pintura feroz y ácida del París de los años cincuenta en el que intenta sobrevivir él. Y no se trata de la descripción de un París conservador o reaccionario. Al contrario: bohemia, música, poetas, copas. En primer lugar se nos transmite la sensación desde el primero momento, bruscamente, de que Francia no es Francia: Jazz y Rock ’and roll están por todas partes, se pasa del Este a un Oeste encarnado más que por Francia por los Estados Unidos presentes por todos lados. La transición es extraordinaria, de la nieve a los gruesos mofletes del saxofonista de un cuarteto de jazz. Sobre ese fondo la frivolidad –repugnante- de los intelectuales profesionales, de los bohemios establecidos.
Nuevamente nada de trazos gruesos, nada se nos dice explícitamente, no hay tesis, lo que es uno de los grandes aciertos de la narración. Se percibirá ese ambiente por el deterioro personal que va produciendo en el músico polaco que malvive haciendo pequeños trabajos, temeroso de disgustar al productor que le emplea, dubitativo, servil, perdida casi toda referencia y capacidad de iniciativa. Hasta el punto de que cuando Zula llega a París para encontrarse con él, al poco tiempo no le reconoce y la transformación que percibe les distancia. Menos refinada que él, pero más intuitiva y lúcida, con una sensibilidad a flor de piel, no consigue expresar más que con brusquedad lo que siente, la náusea que le produce todo aquél ambiente. Asqueada por el mundo en que viven y tras varios sucesos que son una cierta bajada a los infiernos morales en el teórico paraíso occidental, ella decide volver a Polonia. 
El la seguirá al poco tiempo volviéndose a encontrar en circunstancias especialmente difíciles que la película se atreve a tratar, siempre con ese mismo tono comedido. No hacen falta estridencias para resaltar lo que sucede que tiene por sí mismo enorme fuerza. La narración está magníficamente sustentada por un espléndido blanco y negro, una buena banda sonora y la hermosa manera de utilizar el lenguaje cinematográfico. No les decimos más.
¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Qué nos han contado? ¿Es simplemente la historia conmovedora en todo caso de un amor imposible, destruido por las circunstancias? ¿O se trata de una metáfora de las vivencias de los centro europeos de entonces? Seguramente las dos cosas, o al menos eso nos parece. La huida de la cárcel comunista y la pronta decepción de los protagonistas al llegar a Europa occidental son tal vez la imagen de la actual decepción de una parte de la sociedad de aquellos países. Una sociedad que es europea, que no quiere salir de la UE pero que siente una repulsión creciente ante el modelo de sociedad abanderado por la Comisión Europea y confeccionado con una combinación de laicismo militante, ideologías de género, aborto, eutanasia y LGTBI, “Bo Bos” y pijiprogres que cursan con el puño en alto carísimos estudios de postgrado pagados por papá y mamá, internacionalismo, trasiego de masas de población no europea, etc. Les ahorramos más detalles.

Al poco de empezar la película y por casualidad llegará uno de los personajes a una gran iglesia abandonada en la que la cámara se detendrá en unos planos de gran belleza. Sobre una de las paredes en ruina sobrevive una mirada pintada al fresco, la mirada de Cristo, de una gran profundidad y lucidez, con algo de amorosa melancolía. 
A esa iglesia y a la misma mirada volveremos al final de la historia, y no creemos que por casualidad. En los hermosos planos con los que recorremos la iglesia abandonada pero viva puede estar la clave de la película, de lo que se nos cuenta, tanto de los personajes que la protagonizan, como de la mirada del narrador sobre el pasado reciente de su país y la presente zozobra europea.
En definitiva, espléndido y conmovedor cine, una gratísima sorpresa.


Para el Heraldo de Nava,


Genaro García Mingo.





















































jueves, 4 de octubre de 2018

Hortus Conclusus


Segundo hijo de los diez que tuvo el matrimonio de Giovanni Battista Sarto de profesión cartero, y Margarita Sansoni, costurera.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Memorias del Poligó. Ilustración de autor portugués, sin duda magnífico.


6 de noviembre.- Polígono. Me acerco un momento a tomar algo en la barra de un bar del polígo. Busco el periódico del día. No está. Miro hacia las dos mesas ocupadas. En una de ellas un gordo rotundo, impertérito, como de mármol o mejor de plomo, inmóvil, con un palillo en la boca. Lo tiene el. Nada que hacer. Lo lee con absoluta concentración e inmovilidad. Con el palillo en la boca. Ni siquiera el palillo se mueve. No se le oye pasar las hojas, no hay gestos. Creo que las pasa con la mirada. Al pagar lo hace con la mínima gesticulación, la cabeza fija, no parpadea, el palillo sigue en su sitio, petrificado. Hay en este gordo mucha humanidad, incluso en su flemática quietud. Siempre habrá más humanidad en un gordo potente y sano que en un flaco huesudo y rechupado, sin duda. Toda la barra tiene el cuello girado hacia la televisión. Desde que he llegado el único tema es el futbol, la sequía de goles, se dice, de una superstrella del deporte, como si el jugador fuera un dios del Olimpo que provocara la lluvia o la sequía de goles. Toda la barra está atenta y sigue con interés el asunto. Los que comen bocadillo se han girado ya del todo hacia el aparato. Los que tienen plato sobre la barra, van y vienen girando el cuello. Tristeza de poligó. Sólo el potente gordo, en su silencio, en su quietud paquidérmica, como de pausado y pastante rumiante, añade una nota pintoresca, de color, a este panorama de triste silencio televisivo.
De los diarios del gran polígrafo Alcides Bergamota Elgrande

(Nota: como es obvio la ilustración está muy por encima del ambiente y de los personajes reales de los que transmite una imagen distorsionado a mejor, sobre todo del camarero).

martes, 11 de septiembre de 2018

AU SIGNE DE FLORE (las referencias las daremos otro día).


(…) pero yo era como tantos otros, que ven la relación entre la gestión política y el caso físico o moral del país, pero quieren cerrar los ojos a ello. Si mi propia doctrina me lo reprochaba, la dormía considerando que el mal democrático era definitivo e insuperable. ¿Osaba consentir a la muerte de Francia? A eso no. Pero pensaba en ello lo menos posible.
Charles Maurras

lunes, 10 de septiembre de 2018

Poética de Sinforoso García Pote IX: Campo de cereal con la mies granada, junto con comentario inspirado.

Era la carretera una delgada línea de asfalto que se derretía bajo el sol del estío.
Avanzábamos con las ventanillas bajadas por un paisaje cuajado de luz y silencio. Un silencio atronador, no se oía más que el calor, sobre el fondo que parecía eterno, del zumbido de los insectos, uniforme y constante. Monótono y hermoso concierto de grillos y chicharras. Delante, espejismos. Del asfalto se levantaba una bruma, como si se derritiera el horizonte. Pero no llegábamos a ella nunca. Tierras de cebada cuajadas de cereal a la izquierda, arboledas y una aldea a la derecha. La minúscula carretera cruzaba un puente para sortear un arroyo veraniego, y aparecían los pinares detrás de una primera línea de álamos.





lunes, 3 de septiembre de 2018

Desvaríos al sol. Cuadernos de la Fundación Tato.

- Los Morcon Austria-Este siempre han sido problemáticos.
- No me diga.
- Hombre es obvio.
- ¿Lo dice por la mésalliance? Supongo que la familia de ella encajaría mal el asunto.
- Pues no, ellos no dijero nada, tampoco era una joya la niña y no aportaba patrimonio.
- ¿Fueron los Morcón?
- Pues si. Los que son las cosas. El abuelo quería dote y se puso hecho una furia. Los Carrizosa Ventimiglio en cambio estuvieron muy discretos.
- Tengo entendido que encima la parejita acabó a palos.  
- Natural, hoy no se aguanta ni una tos.
- Y menos ella, con lo tragona que era y ambiciosa.
- Gastaba mucho.
- Y el: corto de genio, medio lelo, y con eso mal mandado.
- ¡Vamos que algo jopútico el aninal!
- Mal burro el que a palos anda, ya lo dice el refrán y es una verdad como la copa de un pino centenario.
- ¡Vivimos bajo la tiranía de las moscas borriqueras!
- ¡Zumba que zumba!
- ¡Viva don Ramón, conio!
- ¡Eso, y al que no le guste que se aguante, palo, palo y palo!- y al decirlo accionaba con la pesada cachaba de cerezo, manejándose con pasmosa soltura y gran violencia, haciendo molinetes que hubieran partido la cabeza de cualquier enemigo, igual en todo a como se casca un huevo.

La sobreexcitación había llamado la atención de la del quiosco, vieja cotilla. Así que había dado la voz de alerta. Además, el sol estaba ya alto y pegaba fuerte sobre los bancos de la plaza.

- Vamos señores, que ya es hora, que les va a dar algo. Se levantaron los dos con algo de trabajo. Sin demasiada queja y con bastante dignidad siguieron a Jeromo hasta la Fundació Tato dónde entraron sin rechistar.
- Cualquiera le tose a Jeromo, con lo cacho mula que es, la última vez me metió para dentro a brazo, cruzado por encima de su hombro izquierdo, ¡como un saco de pienso!