martes, 26 de enero de 2016

¿ESPAÑA ES DE IZQUIERDAS?


Cada vez que en política nos encontramos con una situación difícil como la actual, sale a relucir la idea de que “está claro que España es de izquierdas”. No sabemos si la afirmación es el resultado de un sesudo análisis. Parece que no. Es más bien una afirmación simplona, casi una muletilla de tertulia. Permite a quien la usa quedarse tranquilo y resignarse, al interiorizar la impresión de que no hay nada que hacer, y de que lo que sucede es el resultado de un determinismo cuasi genético contra el que no se puede luchar. De esta manera, la inacción –incluso la intelectual- queda justificada. Podemos seguir viendo el fúbol y quedando con los amigos en los mil saraos que nos arrebatan cada semana dónde nos convenceremos unos a otros que no hay nada que hacer.
 Por otra parte, la frase viene a ser algo así como la renuncia a esforzarse por entender lo que está pasando. Al pronunciarla, se suspende el juicio, se termina la conversación, se pone fin a cualquier esfuerzo por entender lo que sucede. No se intenta ni siquiera un análisis de los resultados electorales, de los años pasados, del funcionamiento de las sociedades democráticas, etc. Quien afirma que España es de izquierdas, parece que no llega ni a hacerse una pregunta tan sencilla como esta: ¿Cuándo gana el PP por mayoría absoluta aplastante con un programa que, por simplificar, podemos calificar de derecha clásica, entonces que es España? ¿Ya no es de izquierdas? Parece sencillamente que España no es de izquierdas ni de derechas, sino que el electorado –una parte muy mayoritaria del electorado- es bastante maduro, reflexiona, y reacciona frente a lo que ve, llámese corrupción, inacción, o traición a un programa electoral por el partido gobernante. La mayoría vota por reacción, vota contra. Esto es algo bastante sencillo de ver y común a todas las democracias.  
 
Por el contrario, a lo que parece que estamos asistiendo realmente es a la crisis de un sistema. Una crisis clásica, de las que se describen en los libros de historia. La democracia no es nada sin la libertad y el estado de derecho. Cuando los partidos políticos se apropian del estado de derecho en beneficio propio, rompiendo de común acuerdo, por turnos, las reglas del juego, la libertad retrocede a toda velocidad y el sistema que la sustenta en lugar de perfeccionarse y mejorar, se va deteriorando y perdiendo credibilidad. El tema de la partitocracia lo estudiamos en primero de carrera de derecho, hace muchos años, años en los que ya varias voces advertían de lo que estaba pasando: La supresión de la división de poderes por la reforma de la ley orgánica del poder judicial promovida por el PSOE de González y Guerra y que el PP nunca se atrevió –o nunca quiso, más bien- a corregir; el doctorado honoris causa otorgado por la Universidad Complutense a Mario Conde, vulnerando los estatutos de la universidad y con presencia del entonces Rey, etc. Y como consecuencia lógica de lo anterior, la aparición de la corrupción a una escala desconocida entonces. Además el inmenso problema de las autonomías, otra forma de apropiación de lo público por los partidos políticos y de profundo retroceso de la libertad en todos los ámbitos, con el caso paradigmático, pero no excepcional, de las autonomías catalana y vasca, con un fenómeno terrorista nunca claramente combatido, ni siquiera desde el punto de vista intelectual y moral y demasiado a menudo considerado con benevolencia, sibilinos matices o indiferencia. Y luego…el 11-M. Se trata de una de esas situaciones tantas veces descritas por los libros de historia, tan déja vue, pero que al leer sobre el pasado, uno piensa que nunca le tocará vivir… y de repente está aquí. Como el dinosaurio de Monterroso.
Alcides Bergamota el Grande.

lunes, 18 de enero de 2016

LA TABERNA MALÉFICA

Una cosa es comer mal, otra es comer incluso peor que mal, en el filo de la repugnancia, al borde de la náusea, y que al final le pregunten a uno, de manera rutinaria: ¿Todo bien? Y quien lo pregunta es una criatura siniestra que parece salida de algún infernal chiscón, de negro vestida, de descomunal panza, de torvo mirar y grasiento aspecto. Dan ganas de contestar: ¡Todo irá bien si consigo llegar a comisaría a poner la denuncia antes de morir por el camino, retorcido por los espasmos del dolor! ¿Cómo es posible conseguir que un espárrago triguero a la plancha sea algo repugnante, una monstruosidad culinaria? Hay que ser realmente un artista, un artista del mal, un virtuoso del envenenamiento, un especialista en adulteración, mixtificación, podredumbre y descomposición, y un genio de la negrura, de la uña repleta, de la mugre, de la suciedad, de los resquicios y del lodo. No faltará, en todo caso y para conseguir esa receta atroz, una materia prima de muy mala calidad a la que además se someterá a un tratamiento de larga congelación, jugando a romper la cadena del frío para pasar el rato y ver la cara que se le pone al incauto que ingiere lo que en tiempos fue un vegetal. Además el triguero habrá que ensuciarlo. Tal vez no tirándolo al suelo, no, pero manipulándolo con manos que resistan mal la prueba del algodón, que además sean gruesas y torpes y negras y pringuen. Pero no es lo anterior suficiente para lograr el monstruoso resultado. Además, el aceite tiene que ser mucho, de ínfima calidad, antiguo y veterano en la batalla de las mil frituras. Un aceite renqueante, curando en mil humos de maléfica negrura, más viejo que diablo. Un aceite descompuesto, deshecho, que por haber acumulado una experiencia incalculable, de manera sutil y delicada, permita al comensal, al incauto pelagatos que no tiene más remedio que poner a prueba su organismo sometiéndose al régimen hediondo de esta casa de los horrores, permita al comensal, por el mismo precio, probar un poco de todo. Si un poco de todo, pues con el espárrago se sirven adheridos por el torturado aceite el perfume de la sardina muerta, del chorizo carbonizado, del cazón en adobo de ponzoña, del queso a la infamia. Hemos visto al entrar como el satánico hortera preparaba con la manaza un aperitivo de viejas y plasticosas patatas fritas, pasándolas de un cuenco grande a otros más pequeño con la manaza, si con la manaza. Despedían unos destellos como azulados al caer en el cuenquecillo pequeño, con forma de ataúd. Se servían las cadavéricas patatas, la tumefacta fritura, no desde la bolsa recién abierta, no. Sí desde el abierto cuenco, abierto sobre la barra, abierto al mundo, a la tos, al esputo, al gargajo, rematado por el sobeteo de la mano sucia, mojada en las babas de una bayeta negra que lo ha conocido todo. Y seguimos vivos. La humanidad es así de extraordinaria.

domingo, 8 de noviembre de 2015

PASEO

Ya se sabe que en España (así, a lo bruto) no hay otoño. 

Decepcionado por la ausencia de otoño en Madrid, el viajero contemporáneo sin duda no hará caso de nuestras recomendaciones y se quedará en casa refunfuñando. Si no fuera mentecato, además de asombrarse paseando por los madriles, podría también subirse a un tren y al rato, bajar en la estación del Norte o del Campo Grande. Desde allí podrá dar un paseo, tal vez por el Campo Grande y el Paseo Zorrilla, tal vez por la Acera de Recoletos o por Gamazo, la Plaza de España y la calle Teresa Gil. Podrá parar un momento en el convento de las Calderonas a comprar unos dulces. La cosa es llegar a la calle Platerías. Tal vez entrando en San Felipe Neri a arrodillarse un momento, tal vez dando un pequeño rodeo para asomarse a la Catedral renacentista, o a la Antigua, gótica. Si no es mentecato, el paseante se dedicará a preguntar, incluso si sabe dónde está y conoce perfectamente el camino, sólo para disfrutar de las explicaciones, de los gestos, del acento, de los aires, de los giros. Luego Platerías. La calle renacentista que forma parte de las mejoras promovidas por el rey Felipe tras el incendio de la ciudad. 

Platerías, entre la plaza del Ochavo y la Iglesia de la Vera Cruz. En el ochavo, bajo los soportales de la plaza octogonal, la argolla que marca el lugar donde fue ajusticiado don Alvaro de Luna. Esto se cuenta en todas las visitas, no puede faltar oiga. Al recorrer la hermosa calle, el portal dónde dice la tradición que nació, en tiempos, San Pedro Regalado.


Este gran Santo, honra de la Católica España y gloria de la ciudad, nació aquí el año de 1390. Murió en la paz del Señor el día 30 de Marzo de 1456. SIGAMOS SU EJEMPLO IMITANDO SUS VIRTUDES. 

El viajero, que es ahora paseante, se queda asombrado. España. Al final de la calle le espera el asombro mayor, al entrar en la Iglesia Penitencial de la Santa Vera Cruz que guarda las tallas de madera policromada de Gregorio Fernández: La Dolorosa, el Cristo atado a la columna, el Ecce-Homo, la escena del descendimiento. El viajero se recoge un momento, y al salir de la calle a la luz de Platerías tarda un momento en recobrarse de tantas emociones de todo orden. Nada mejor que dirigirse hacia la plaza Mayor en busca de una colación ligera que le ayude a reponerse. Al pasar nos recuerdan que en el lugar fueron proclamados reyes Berenguela, primero, y más tarde su hijo, Fernando III el Santo. ¿Tal vez unas mollejas de lechal a la plancha? Con un vaso de bon vino, entonces, para seguir en la sabia estela del Arcipreste. 


Todo cabe en esta jornada de paseo. Los más altos asombros, los mas terrenales apetitos. El Ribera es excelente, el estanco tiene Habanos, la terraza está al sol y el café no puede ser mejor. El conde Ansurez, desde su alto pedestal, tal vez un algo celoso de tanto bien, nos da la espalda. 











GALERÍA DE TIPOS FÍSICOS EXTINGUIDOS (Y DE FORMAS DE LA VIDA SOCIAL) EXTINGUIDOS: PICKWICK.


lunes, 19 de octubre de 2015

KIM


Kim de Rudyard Kipling. ¿Es posible leerlo con doce años? Puede ser, dependerá de la madurez de cada uno y de si el interés por la lectura se ha despertado lo suficiente. Con las infancias tan blandas, las de hoy y aquella a la que pertenecimos nosotros, parece difícil. Reblandecimiento, mimo y una permanente indulgencia por parte de la mayoría de adultos, que parecen no saber canalizar su relación con la infancia sino permitiéndolo todo sin razón ni criterio alguno, lo ponen difícil. Tal vez con catorce años. Bien leído con catorce debía haber encendido la imaginación y tal vez haber despertado una insaciable curiosidad por los mundos que vio Kipling e incluso haber cambiado en algo el destino del lector, quien sabe si convertido en viajero por aquellas lejanías. Leído con cuarenta bien pasados, el libro se disfruta en todo lo que puede dar, que es muchísimo: la belleza de la escritura, la extraordinaria capacidad para evocar y recrear la India del siglo XIX, a la que se asoman, en su frontera norte, Irán, Turkmenistán, Afganistán, China, el Tibet y en la que aparecen nombres dotados de resonancias mágicas, por la literatura –por el propio Kipling principalmente- y el cine, como Lahore, Cachemirna, el Punjab, el Indu Kush, Kandahar, y la extraordinaria y exótica toponimia de infinitos pasos, desfiladeros, cordilleras, monasterios de Lamas, ciudades perdidas fundadas por Sikander Alejandro y otros lugares a un tiempo mágicos y terribles. El lector de bien pasados los cuarenta hace el viaje con la imaginación y este viaje le ayuda en su labor cotidiana – bendita labor cotidiana, que nunca nos falte-, le da fuerzas para llevar la carga cual arriero de una infinita caravana indostaní, o tal vez, en los días de mayor vigor, siente que va saltando los infinitos obstáculos cual Mahbud Alí, majestuoso tratante de caballos afgano. Es verdad que resulta un poco paradójico que, no pudiendo el lector de los cuarenta bien pasados, identificarse del todo con Kimbal O’Hara, “Kim”, y no sintiéndose siempre un Mahbud Alí a lomos de un purasangre, se identifique la más de las veces, un tanto resignadamente, un tanto inconscientemente, con el camello cargado de fardos al que se azuza en un incomprensible dialecto de las montañas.

viernes, 16 de octubre de 2015

Ediciones del 98


Sin ruido, sin furia, sin demasiada publicidad, al menos que sepamos, van apareciendo los libros de Ediciones del 98, con la única fuerza de la buena edición y un magnífico catálogo. Pueden fisgarlo en www.ediciones98.com. Pero sin duda lo mejor es hacerse con un tomete. Comprar el primero es ya convertirse en seguidor de tan excelente labor editorial que nos permite leer textos escritos directamente en español, lo que resulta una experiencia a años luz del deambular por entre las traducciones de textos vertidos a nuestro idioma desde otro, por muy buenas que aquellas sean, que no lo son siempre. Desde luego lo mejor es hablar y leer de forma corriente cuatro o cinco idiomas y leer los textos en el idioma original. Pero para quien tenga que quedar dentro del español –una gran suerte nadar en este idioma- Ediciones del 98 será una fuente de numerosos descubrimientos y de horas de la mejor lectura. Tiene la bondad de entregarnos, cada cierto tiempo, pequeñas joyas, textos breves, de autores más conocidos y de aquellos que lo son menos, de esa segunda fila en la que a menudo se esconden verdaderas maravillas. Perdonen esto de la segunda fila, que no significa nada. Ninguno de los que citamos a continuación se sienta ahí, pero el catálogo es ya amplio y la expresión es para entendernos. O se escribe bien o se escribe mal. Esa es la cuestión. Textos recuperados, rescatados, de aquellos que conviven con las grandes obras y que constituyen un mundo paralelo, lateral, a veces escondido o injustamente postergado, lleno de fabulosas sorpresas. Y Ediciones del 98 está sacando a la luz, con cuidado y delicadeza, todo ese mundo. Y lo hace en libros cuidados, bien editados, con buena letra, buen papel y buen formato en su sencillez. Entran por los ojos y la mirada se va detrás cuando pasea por mesas y estanterías de las librerías.


Terminamos ayer Semblanza de Pío Baroja, obra de su sobrino Julio Caro Baroja, un texto sobrecogedor por su belleza y delicadeza, por el poder de evocación no sólo de la figura de Pío Baroja, sino de toda una época, que incluye por supuesto Madrid (impresiona el cambio sufrido por el barrio de Argüelles en tan pocos años) y Vera de Bidasoa. También por una forma de entender la vida que se deja ver en cada página. Y además la mirada lúcida sobre una sociedad y unos acontecimientos cuyo peso en la historia de España todavía sentimos. Todo ello narrado con un idioma preciso, sencillo, claro y luminoso. De regalo un breve epistolario y numerosas fotografías del álbum familiar de los Baroja. Hace unos días terminábamos La Vida deprisa, colección de fabulosos relatos de César Gonzalez Ruano, autor por el que el cepogordismo siente una gran inclinación, y poco tiempo antes Tragedias de la vida vulgar de Wenceslao Fernández Florez. ¿Qué decir de esta recopilación de narraciones breves del autor del Bosque animado? Por lo menos, que va mucho más allá de lo que enuncia el título, incluyendo relatos de misterio sobrenatural y terror que ponen los pelos de punta. De Pío Baroja, en la misma editorial, hemos disfrutado con Vitrina pintoresca y con Las horas solitarias. En fin. Ediciones del 98 es una buena noticia en este panorama de vida pública tan revuelta y mediocre, una nueva oportunidad, una más, para detenerse y ver lo que España es realmente, lejos de juicios superficiales y apresurados, de tópicos, complejos y otras miserias al uso.