sábado, 25 de abril de 2015

FALSOS RETRATOS DE ALCIDES BERGAMOTA EL GRANDE

Cotilleo y paparazzis asolan Nava de Goliardos intentando meter las narices en lo ajeno que es deporte nacional, y además obtener un retrato del Gran Bergamota. Hasta ahora, refugiado entre las paredes de piedra conventual de la casa de Doroteo (cható dirían algunos) ha logrado esquivar el acoso y la intromisión, a riesgo claro, de que se le atribuyen las fisionomías más absurdas y grotescas y hasta monstruosas. El periodismo contemporáneo es así.
 
Aire baquibúrrico y excesivo. Borroso por el orujo.
 
MARICA A LA ANTIGUA USANZA (ES DECONOCER LA VIRILIDAD LEGENDARIA DE AB)


HACENDADO BORRACHÍN. PROPIETARIO DE UN TROZO DE ESTEPA EN TARTARIA (ES DECONOCER QUE AB NO ES RUSO)

HOMBRETÓN DUBITATIVO Y TEMEROSO (ES DESCONOCER EL FIRME CARACTER DE AB)

JOVIAL FUNCIONARIO DE OTRO TIEMPO (SEÑORES ¡POR FAVOR!)

 CABALLERETE ANGLÓMANO CON EL ARROZ PASADO (ES DESONOCER QUE AB NO ES INGLÉS NI PELÓN)
 PERSONAJE DIPSÓMANO Y VICIOSETE CON LA CABEZA ECHANDO HUMO (PUES ESTO SE ACERCA OIGA USTED)
TIPO DE GRAVE LECHUZA (ALGO HAY)

TIPO DEL ROMANTICISMO RENANO (ES DESCONOCER QUE NADA TIENE QUE VER AB CON EL PALATINADO)

 
 TIPO DE LA BOHEMIA CHIC Y YEYÉ MIRÁNDOSE EL OMBLIGO  (LA COMPARACIÓN OFENDE)

domingo, 12 de abril de 2015

Apuntes.

Hoy, como quien dice, hemos dado comienzo oficial a la temporada, haciendo cola para comprar unas entradas para la novillada de esta tarde. Tras larga meditación, y resistiendo a la oferta tentadora de un reventa – ¡reventa en una novillada de abril!- nos hacemos con tres gradas del ocho, fila uno, al precio asequible de siete euros cada una. Hemos tenido que hurgar un poco en el portamonedas, pero no tanto. Oiga, que yo portamonedas no tengo. ¿Pero que se ha creído? La tarde dubitativa, nubes, cuatro gotas de agua, aire, aconsejaba estar a cubierto. A nuestra derecha, pero en delantera, el torero Roberto Domínguez, con acompañantes y acompañanta. Los toros son de origen Juan Pedro Domecq. Una voz cercana comenta que… para variar. No nos parecen feos los toros, colorados, castaños, negros. La corrida bien armada, mansea: remolones al caballo, distraídos, se duelen en banderillas, uno de ellos muge como un cordero, otro barbea las tablas buscando el salto con insistencia. Poco ayudan los de a pie, poco amigos de fijar los toros, de poderles, de lidiar con orden. Los animales irán toda la tarde a su aire, eligiendo caballo para la puya, terrenos, pases, y demás. Pero no se caen, aunque dos pierden fuerza durante las larguísimas faenas y doblan por un momento las manos. Media entrada, si llega. Por un lado turistas de todos los rincones del mundo –detrás unos argentinos amables y despistados, delante una líneas de chinos ninja poco respetuosos, pero cualquiera se atreve con ellos. Los toros decimos, porque todos pasan de quinientos kilos, y de novillos tienen más bien poco, uno de ellos la cara todavía tierna, de vaca. De los tres novilleros dos no han toreado el año pasado y otro lo ha hecho en dieciséis ocasiones, imaginamos por lo que enseña, que en plazas más bien de pueblo, dicho sea con todos los respetos, para los pueblos y para el novillero. Los tres son ya mayorcitos. Con todo esto las esperanzas no son muchos, pero la tarde resultará si no del todo interesante, si amena. Porque la otra mitad de la entrada son los autobuses de La Mancha que han venido a apoyar al tercero espada, dispuestos a todo. El enfrentamiento con el gordo despótico que truena en el siete es casi inmediato. El gordo es un poco burro, pero si las formas no son finas - ¿Cómo iban a serlo?- en el fondo razón tiene. Delante la inevitable bolsa de pipas. Detrás dos mujeres con un niño de tres años o así, transmitiendo que es de lo que se trata. Al morir el primero nuestro vecino comenta refiriéndose a quien lo ha despachado: A este nada de pañuelito blanco. No vemos torear. El toro da como picadero alrededor del novillero, en largos círculos, hasta que se harta, se entera y empieza a buscar el bulto a cabezazos. Normal. Como no está rodeado, se hace eterna la estocada porque el animal sigue paseando y no para quito. En el segundo toro, el diestro, de repente se pone derecho, en línea y da una tanda, que nos recuerda lo que es torear. Pero es un espejismo y continúa luego con las postura de la escuadra (el toreo de la alcayata como dice el gran JRM). El toro como todos sus hermanos, es colaborador a más no poder, pero el de a pie se da cuenta cuando ya no hay remedio. Aviso, aviso, el descabello se hace black & decker y suena la bronca merecida. ¡Al novillo hay que matarlo arriba! Más adelante vemos un bonito tercio de banderillas dirigido por Marco Galán, espléndido en la brega como siempre. Se aplaude su economía con el capote y una espléndida larga con la que se trae el toro hasta su burladero para tenerlo sujeto allí hasta que se colocan los del castoreño. Luego, su jefe de filas, coreado en masa por sus paisanos torea como si estuviera en… quien sabe dónde, pero como está más puesto y en forma, corta una generosísima oreja. Con su segundo el presidente, pese a la estocada y a la euforia de los paisanos dirigida por uno con pañuelo naranja sobre la cabeza, dirá que nones, que hasta aquí hemos llegado. Con la primera oreja las protestas son una cuantas. En plan de chanza se le llama dominador y el gordo despótico la arma haciendo que suene por toda la plaza, mientras trabajan los areneros, la palabra regalito, dicha con toda la mala idea y toda la razón. ¡¿Dónde está la autoridad?! El cuarto es alto de agujas, astifino, nos parece descomunal de pitones. Únicas verónicas de la tarde rematadas con una media. El toro parece que se ha tragado una sirena de barco y la hace sonar como si hubiera niebla. Puyazo trasero de vergüenza y la consabida bronca al picador. Normal. En el quinto hasta los chinos ninja se pasan de la raya. Se les lanzan miradas de censura, pero lo dicho, nadie quiere exponerse a una llave de karate. ¡Qué profesión! ¡Qué desamparo allí abajo, que soledad, dando trapazos sin sitio, y ya con años sin fría, jugándose la vida ante el turisteo! Por lo menos la tropa va calzada y con pantalones largos, cosas del aire. Dentro de un mes no tendrán piedad y enseñaran todo lo que no querremos ver. Se oyen recomendaciones cariñosas dirigidas al matador, se le indica con benevolencia y en tono paternal que no deje los estudios, que después de lo que hemos visto vuelva a ellos con más ahínco si cabe. El gordo despótico se ha hecho caverna. Ventrudo y brutal, brama contra todos. ¿Qué sería la plaza sin él?  Una voz hiriente le llama dictador, carcajadas, se oye un gilipollas. Risas. Sale el sexto y la representación manchega decide darlo todo en defensa de su pupilo con el Karajan del turbante naranja dirigiendo con autoridad, dispuestos a echar el pulso más feroz a nuestro gordo despótico, a ritmo de olé frenéticos. Pero no cuela. En esto, cuando salen los del castoreño, nuestros ojos no dan crédito. Va a picar un gordo descomunal y coqueto. Tan grueso que sus formas recuerdan a las de un gigantesco bebé (es la palabra que hay que utilizar, no hay otra) vestido de luces. Las patitas y los bracitos son cortos, pero el abdomen de una redondez esférica perfecta se traga el borrén de la montura. Nos asustamos. Nos parece una irresponsabilidad salir a la plaza en esas condiciones físicas. Si es desmontado podrán pasar dos cosas: que explote al caer o que perfore el albero y haya que cavar una galería para encontrarlo. Sin embargo el amigo se defiende que no veas. Claro que no de forma ortodoxa porque apenas si puede sujetar la vara. Utiliza el método avispa, que consiste en picotear in piedad el lomo del toro, abierto de piernas para no perder el equilibrio. Es una especie de bolo de base redonda, de esos que no se pueden tirar nunca, porque cuando el toro aprieta, levantando la pierna contraria el bolo hace contrapeso mientras picotea sin piedad. No rectifica la puya porque casi no llega a clavar, es un enorme tábano de azabache y verde que zumba mientras sacude con el aguijón. La bronca que se lleva, con toda razón es espectacular. Pero no cuela, decíamos, pese a la estocada. Hemos localizado en una barrera a nuestro amigo inglés, cámara en mano. Nos hubiera gustado charlar con él, intercambiar impresiones. Más adelante será. Al salir de la plaza se ha levantado un aire frío y se ha puesto gris la tarde, quizá a tono con lo que hemos visto en el ruedo, pese a Marco Galán, pese al perfecto y único puyazo de Tito Sandoval, pese a esa única serie con el cuerpo erguido del segundo espada. Nos vamos, pero como dijo aquél en Filipinas, volveremos. Si Dios quiere añadimos nosotros. 






El tiempo


Ya está aquí.


BRUSELAS


 MADRIT CON CIELO DE BRUSELAS

MADRID AL DÍA SIGUIENTE


PRESAGIO TAURINO

lunes, 6 de abril de 2015

El cronicón de Nava: Modesto Pinto Guerén.

No todo en la crónica de Nava de Goliardos es pachanga y jarana. No todos los personajes que han recaído por el famoso pueblo han llegado a él incólumes. De hecho, ya sabe el lector que en la masiva llegada de refugiados a Nava tienen todo que ver Doroteo y su filantrópica y cristiana generosidad y la labor del padre Dimas, espejo de virtudes. Así llegaron, poco más a menos Tato y el Gran Alcides, al fin y al cabo por contemporáneos, modernos, y por modernos perdidos y desorientados, rescatados in extremis de experiencias desoladoras. No insistiremos en terribles pruebas como la de Toñi la Roja o la adicción al surtido de lechugas alucinógenas, que ya han aparecido en estar crónicas. Pero no recuerda Calvino de Liposthey –cronista oficial- haber anotado antes el nombre importante de Modesto Pinto Guerén. Nunca nombre de pila cayó mejor ni se ajustó con tanta precisión como el de nuestro Modesto, que de tanto hacerle honor, apenas existía. No es que Modesto fuera insignificante, al contrario, más bien apuesto y con más de una cualidad durmiente. Pero último vástago de dos sagas extintas, heredero frustrado de pasados esplendores reducidos a polvo, el peso del fracaso genealógico lo había prácticamente aniquilado y llevaba, como el mismo reconocía, la vida de un trapero de provincia centroeuropea, habitante de un pueblo judío perdido en Moldavia o Besarabia. Los Pinto, banqueros de altas chisteras y esbeltos landós; los Guerén, terratenientes con veleidades intelectuales que habían dejado huella notable en el mundo de la edición. Todo se había desplomado, hecho añicos y Modesto Pinto Guerén vivía entre el polvo de yeso levantado por el derrumbe, que todavía flotaba creando una atmósfera irrespirable. A Modesto Pinto Guerén los pantalones le quedaban cortos y la chaqueta grande y el ánimo se le encogía al contacto del prójimo, cansado de explicar, que sí, que era Pinto de los Pinto y Guerén de los Guerén, pero que ya de todo eso no quedaba apenas sino el recuerdo. La conciencia del hundimiento estaba en el origen no sólo de la soltería sino de la profesión de celibato y castidad que había abrazado con firmeza definitiva para no correr el riesgo de engendrar unos hijos que contribuyeran a cavar más honda la fosa, con querencias a la grosería y al medio pelo que él se sentiría incapaz de contrarrestar por su debilidad y falta de arrestos, por su apocamiento vital. El celibato y la castidad le parecían un precio módico por no alumbrar una descendencia tan extenuada y anémica como él, tan descastada como la propia sangre, por no ver a los vástagos vestidos de chándal, con las narices taladras por herrajes variopintos, pronunciando la ese como la jota, los pinrreles en chancletas, coleccionando catálogos y cromos de coches deportivos fabricados en serie. Habrá que volver más adelante sobre este Modesto Pinto Guerén y sobre las circunstancias de su arribar a Nava de Goliardos. ¿O era Puebla?

¡A lo negro, a lo negro!

- Los abencerrajes al oloroso seco.
-  ¿Pero qué dice?
- Mmmmmhhhm
- Será extranjero: What do you say?
- …gilipichis…
- ¿Pero cómo se atreve?
- Oink, oink...
- ¡Agh! ¡Un gocho!
- ¡Usted es un zampatartaletas!

domingo, 1 de marzo de 2015

Relación entre generaciones. Don Manolito y don Estrafalario. Desvarío.

Don Manolito acaba de cerrar el portón de casa y se está quitando el fuerte abrigo de paño local. Mientras cuelga la bufanda y se atusa el bigote mirándose en el espejo del perchero, va soltando la retahíla, seguro de que don Estrafalario está al quite. Don estrafalario se ha quedado esta vez, por un catarro que le molesta.

-            Ya estoy aquí, ¿Qué tal ese catarro?
-            No sea fastidioso y cuénteme el paseo, ya estoy mejor.
-            Vengo del Casino, de oír la conferencia del Gran Bergamota que hoy ha estado menos plúmbeo que otros días, aunque éramos cuatro. Ha tocado un tema bonito, aunque a usted y a mí, que somos viejos desde hace cien años, nos queda un poco de lejos. Cosas de padres e hijos, como la novela de Turguenev. Le he traído un suelto que entregaban a la salida, vea, vea que texto tan apañado.

Tiende a don Estra un folio de buen papel, que don Estra lee en voz alta:

La relación entre generaciones es sin duda uno de esos temas eternos, que siempre causará asombro y sobre el nunca será posible intervenir con alguna eficacia, tan sólo observar. En el caso de la relación entre padres e hijos, el asombro crece con la propia experiencia y lo inexorable de las cosas se hace más patente aún. Los hijos crecen y escapan, queriendolo unas veces, sin quererlo otras, inexorablemente, del molde que para ellos sueñan los padres. Cuando lo sueñan, claro. Digo sueñan, porque es frecuente que lo que los padres proyecten para sus hijos no sea posible realizarlo, por un sinfín de razones. Por falta de medios cuando se ha soñado con una educación esmerada; por falta de dedicación cuando la generación mayor está entregada, voluntariamente o a la fuerza, a sus propios quehaceres; por falta de coincidencia en los propósitos; por la carga genética – terrible cuestión ésta que se abordará con la atención que merece otro día -, porque el molde proyectado sea irreal, absurdo o tiránico, etc. Pero sobre todo por la radical libertad e individualidad que son propias del ser humano. No hay dos seres humanos iguales. Quizá sean aquellos hijos que viven una situación intermedia entre una orientación impuesta y cierto crecer a su aire, los que más suerte tengan, a los que más posibilidades se les ofrezcan. Siempre que sepan o puedan aprovechar sus circunstancias. Recibirán una tradición, incluso si esta es impuesta por el tesón y la autoridad de la generación anterior, y si son capaces de aceptar aunque se una pequeña porción de esa tradición, quedarán impregnados de todo lo que eso supone: Conexión con el pasado, sensación de continuidad, la riqueza de disfrutar de lo atesorado por generaciones anteriores (salvo, lógicamente, en el caso de descendientes de rastacueros). También es necesario que la generación mayor sea depositaria de la Tradición y consciente de ello, ya que si la ha dejado perder o se avergüenza de ella como a menudo suceded, entonces no habrá nada que transmitir (habría que esperar entonces el milagro imrpobable de los abuelos o que la planta enraíce sola, del aire del tiempo, por intuición, genética, carácter y capacidad de observación). Decíamos que esos hijos recibirán esa herencia que se les entrega y, a la vez, disfrutarán de un ámbito propio en el que poder desenvolverse con libertad, dentro de un campo marcado, hasta dónde sea posible, por esa Tradición. Tradición que a menudo les zarandeará con brusquedad para despertarles de la somnolencia que impone el presente, ese andar al son que tocan los tiempos, sin consciencia de pasado ni de nada que no sea la constante tiranía de lo inmediato. Y es que el impacto que reciben los hijos de los tiempos en los que les ha tocado vivir es fortísimo. Sólo en casos excepcionales tiene el individuo consciencia de sí mismo y de su tiempo y es capaz de observarlo y de observarse. Pero la tendencia gregaria, ovejuna, pedestre y primaria, es casi siempre irresistible. Y así se asombran los padres de verles desear y encarnar cosas que por completo les son a ellos ajenas, de verles hablar de maneras para ellos desconocidas, de verles pensar y creer manejando conceptos impensados, a veces radicalmente contrarios a lo esperado, de verles en definitiva crecer haciéndose personas, construyendo esa autonomía, esa personalidad que es única y distinta. Y los padres que, como Pigmalión, quizá inconscientemente, quizá sin querer, habían proyectado una imagen, ven como al crecer la obra que resulta es otra y sólo en parte son ellos los autores. Y es entonces el momento de ir aceptando, como viene, sin renunciar nunca a transmitir ni a corregir ni a discrepar, pero tampoco a asentir, reforzar y respetar, a esa persona entera y distinta, que va creciendo a su manera.

-           Apañado y sentido, ¿no le parece?
-           El padre democrático es un gilipollas.
-           Pero hombre don Estrafalario, a mí me parecen unas palabras muy sentidas, como le digo.

Mucho hace que no se aludía a las pavorosas aventuras intelectuales de don Manolito y don Estrafalario, por lo que convendrá volver a ellos un momento para dar nueva cuenta, aunque sea brevemente, de sus desvaríos y aterradores diálogos. Como siempre que volvemos sobre estos personajes, que hemos pedido prestados al gran don Ramón Mari, debemos advertir a los lectores más sensibles de la crudeza, tosquedad y rudeza de todo lo que les rodea, que puede ser ofensivo para la mente pusilánime y relamida. Por último, cuando decimos que sus aventuras son intelectuales, lo decimo sin segundas, pues creemos que no vuelan a menor altura que la mayoría de los que han sido calificados como tales –intelectuales- desde que la historia alumbró la feroz y sanguinaria revolución francesa, madre monstruosa de marxismos y demonios totalitarios.

-            Que quiere don Manolito, a mí esto de los afectos, me revuelve. Ya conoce mi divisa, ¡Palo! Se les cría y, mientras, que obedezcan. Luego, se les pasa la cuenta y cada uno a su sitio.
-            ¡Pero qué cosas dice, don Estra, sosiéguese un poco! No puede ser que le hayamos curado del ataque de progresismo bienpensante para caer ahora en estas rigideces. Ya sabe que con mi tendencia a la reacción, tampoco me conviene a mí exaltarme ni escorarme a estribor.
-            Calle don Manolito, es usted un blando, un tibio. …. ¡Usted me ha jodido don Manolito!
-            ¿Pero qué dice hombre?
-            ¡Si por curarme de mi manía progresista! Ahora me aburro. Echo de menos la falacia lógica, el exabrupto, el rodillo buenista, la demagogia en grandes dosis…
-            Pues pinte monas oiga, pero a mí no me reproche nada, que estaba usted echado a perder insoportable.
-            ¡Entrégueme las llaves de su casa don Manolito!
-            De ninguna manera don Estra, ¿pero que se ha creído?
-            Lo sabía, usted se niega sistemáticamente al diálogo don Manolito, es un intolerante.
-            Voy a sacar la recortada.
-            Que no hombre, que estoy curado de verdad.
-            El mundo es un asco don Estra.
-            No empecemos don Manolito, a ver si ahora cae usted. Recuerde usted a Foxá agradecido a José Antonio por haberle librado de las tertulias derrotistas y sovietizantes. No sea derrotista.

Al terminar la frase anterior, verdadero paradigma de la sensatez, faro indicador del camino a seguir, don Estra, por el esfuerzo, sufre un espasmo. Se le cierra un párpado, guiña tres o cuatro veces y acaba por abrir los ojos desorbitadamente. La mirada que empezaba turbia se hace dura, granítica, decidida. Luego grita rabioso:

-            ¡Hay que acabar con el joputismo triunfante!

Don Manolito quiere volver a la senda que llamaremos de Foxá, y hacer una llamada a la cordura. Pero cordura no aparece. Se le cierran los puños, se le sube el cuello de la camisa, le zumban un poco los oídos, se le nublan los sentidos, se tambalea unos segundos. Es la crisis. Cuando se recupera, parece otro. Todos los diques de contención han cedido, el agua lo anega todo y además, hierve. Grita:

-            ¡A los garrotes! ¡Leña a la canalla!
-            Así me gusta, don Manolito, ¡sin tibiezas! ¡Hecho un energúmeno! ¡Radical!
-            Un matonismo blando y de baja estofa reina por doquier en nuestra sociedad electrónica. ¡Hoy no hay categoría ni para repartir leña!
-            ¡Estopa!
-            ¡Cuatro manos de palos!
-            ¡El galleo del bú parece un gesto de hace mil años!
-            ¡Pues se lo vio mi padre a Joselito en Madrid oiga!
-            Por eso, carcamal, por eso es algo prehistórico.
-            ¡Oiga sin faltar!
-            ¡Yo falto si quiero!

Elevan la voz, llegan al berrido. Se les oye desde la calle de la que sólo les separa la tapia del jardín. Algún paseante hace amago de detenerse al oír los gritos.

-            ¡Lo cotidiano es atroz!
-            ¡Claro que sí, leña don Manolito! Saque el trabuco que se ha quitado usted veinte años… ¡Tanta contención es mala!
-           ¡Inversión y falta de respeto!
-           ¡Folleteo y blandenguería, todo revuelto en infame potaje!
-           ¡Y verduras en juliana! ¡Cualquier cosa, todo vale!
-           ¡Hay que rechazar las mentalidades aderezadas con brindis de sobremesa y regüeldo frío!
-           ¡Y el potaje obtuso!
-           ¡Todo es un revoltijo, una olla podrida de infamia!
-           ¡Una sopa monstruosa, un potaje negro hecho de mezcolanza hedionda!

Al ver salir despedidos de su mesa en la terraza a los dos comensales  a los que acababa de servir el primero, Amador, dueño de Casa Amador, la casa de comidas postinera de Nava de Goliardos, salió del local a ver qué pasaba. Era la segunda mesa que salía corriendo sin tocar el primero, algo completamente anormal. Se acercó a la mesa, miró los platos todavía humeantes y con una de las cucharas, limpia pues no se había usado, probó lo que sin duda era una de las grandes especialidades de su casa, el potaje de garbanzo pedrosillano, con calabaza. Delicioso, como siempre. El garbanzo tierno, en su punto, el aroma denso, refinado y sabroso. No en vano era uno de los platos que le habían dado fama y que contribuía al constante goteo de excursiones que se acercaban a Nava a comer en su casa, dormir en la parte del palacio de Doroteo arreglada al efecto y participar en la pequeña vida cultural del lugar: las conferencias del Gran Bergamota y los conciertos organizados por la la Condesa y Tato, en asombrosa combinación. Todavía se preguntaba por lo que había podido pasar, cuando el griterío del otro lado de la tapia se le hizo de repente inteligible, aclarando lo sucedido:

-            Está usted en vena don Manolito, leña con el pisto mental, el potaje de escándalo y sinvergonzonería en el que vivimos, la sopa de baba!
-            Es peor don Estra, es peor, ¡no sólo potaje infame, potaje hediondo, potaje tuberculoso, peor ¡Potaje de moscas negras! ¡Potaje mental de diabólicos zumbidos!

Hacía un momento que Amador, maldiciendo a sus vecinos, había vuelto a entrar corriendo a su casa y quitándose el mandil, después de llamar al ayuntamiento había cogido la escopeta y aporreaba ahora con la culata la puerta de casa de don Estrafalario. ¡Estos tíos me arruinan! ¡Ni una más! ¡No les paso ni una más!

-            ¡Abrid cabrones que os voy a dar potaje de plomo!

Con los golpes en la puerta, don Manolito y don Estrafalario, intelectuales, callaron de repente. Algo les decía que nada bueno indicaban. Con cada golpe les llegaba como un recuerdo a batas blancas, enfermeras, calmantes y sanatorio de la sierra. Don Manolito se había hecho responsable la última vez y ahora él había caído, contagiado de los delirios de don Estrafalario. 

-            ¿Ha oído usted don Estra? Otra vez Amador perdiendo los papeles, la gente no tiene medida.
-            Ni modales, ni contención. Desde luego don Manolito, este hombre es un exaltado.

La llegada del munícipe local, y al rato del médico con los calmantes, evitó lo peor.

-          Don Manolito, habrá usted la puerta a la autoridad.
-          De ninguna manera, enseñe primero la patita.
-          Está conmigo don Ramón con las recetas.
-          Que no abro.
-          Usted verá, viene de camino un grupo de sexis preguntando por ustedes dispuestos a todo. Van con camisetas apretadas.
-          ¡Qué me dice!
-          Yo había pensado que si ustedes nos dejan entrar, al ver en casa a la autoridad pasarán de largo y se librarán ustedes de las vejaciones previsibles si se deja a la masa a su antojo.

Se oye un gran silencio y al rato se abre la puerta. Pase usted primero don Ramón. Pasa don Ramón con el maletín negro. Al rato llega la enfermera contratada para estos casos extremos y vuelve la paz. Don Manolito y don Estrafalario dormirán hasta mañana y luego podrán pasar meses hasta que se presente una nueva crisis. Antes de irse, don Ramón y Quintín el Municipal han requisado un par de libros que estaban a la vista: el Manifiesto del Partido Comunista, Teoría del Golpe de Estado, de Curzio Malaparte; y un tomo de Nietzsche. También se llevan un taco de revistas de las llamadas de sociedad o papel cuché. Según don Ramón el origen de la crisis sin duda estará ahí.

Enfrente, Amador, sentado en la terraza está chiscándose un habano en compañía de Bergamota el Grande y de Tato. Bergamota con un habano como el de Amador, descomunal, y Tato con una pipa de brezo de cazoleta gigantesca. Por si acaso, Amador, hasta fin de mes, ha retirado los potajes del menú. Si total, ya estamos en primavera.