miércoles, 15 de mayo de 2013

EL ESCRIBA CONTINUA.

DE BORBON Y DEL NOROESTE  (2): REVOLVING DOOR
La curiosa aportación del Caballero de Gandía en la última tertulia del Escriba (recordemos, el texto de Pérez Galdós sobre los políticos alfonsinos tan generosamente atendidos por el contratista Monsieur Dondon)  excitó el celo investigador del propio Titular el cual, rebuscando entre viejos papeles, halló el curioso documento que ahora, reproducido en lo que más interesa, ofrece a la grey cepogordista, y que no es otro que una póliza de seguros de incendios de la Compañía La Unión  y el Fénix Español, que aparece suscrita en el año 1910.
¿Cuál es la gracia?, preguntó un tertuliano de segunda fila.
La gracia está en el Consejo de Administración. En la columna de la izquierda figuran los consejeros franceses, entre ellos Gustavo Pereire, descendiente de Don Isaac, el fundador de la Compañía, apellido emblemático, símbolo de los negocios franceses en la España de la época;  y en la columna de la derecha los consejeros españoles. Cosa curiosa: Quitando a Don Luis Álvarez Estrada, que era lo que ahora llamamos un profesional, todos los demás pertenecían a la clase política, y no eran precisamente los últimos de la clase. El alumno menos brillante parece que fue el primer marqués de Goicorrotea, que como político no pasó de diputado al Congreso. El marqués de Santa María de Silvela (no confundir con el prócer Francisco Silvela) había sido diputado en nueve legislaturas y en 1903 llegó a vicepresidente del Congreso. Don Pío Gullón, además de senador vitalicio, fue ministro de la Gobernación y en tres ocasiones ministro de Estado.
No es de extrañar, prosiguió el Escriba tras una sabia pausa valorativa, que los franceses pusiesen de Presidente a Don Fernando León y Castillo, brillante diplomático que tras haber sido ministro de Gobernación con Sagasta en 1886 fue desde el año siguiente e intermitentemente hasta su muerte en 1918  (en Biarritz precisamente) nuestro embajador en París.  Lo verdaderamente notable es la presencia en el Consejo de Administración de dos pesos pesados de la política, dos primeros espadas como Don Manuel García Prieto (más tarde Marqués de Alhucemas) y Don Eduardo Dato Iradier, los cuales fueron en más de una ocasión presidentes del Consejo de Ministros. Por las fechas de la póliza Don Manuel era ministro de Fomento y en seguida ministro de Estado; y Don Eduardo Dato presidente de las Cortes.
Don Pablo Cañizares echó su cuarto a espadas aseverando que entonces no existía la Ley de Incompatibilidades, pero su intervención fue acogida, en el mejor de los casos, con frialdad.



 

lunes, 13 de mayo de 2013

TOROS EN MADRID

Dice Baroja, don Pío, con su acusado pesimismo post romántico que “Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés”. Es posible que tenga cierta razón, aunque tenemos al respecto nuestras reservas. Y desde luego hay una circunstancia y un lugar dónde esto no se produce nunca: una tarde de toros, en particular y sobre todo, una tarde de toros en la madrileña plaza de Las Ventas. Se da en una tarde de toros en Las Ventas un fenómeno misterioso, una conjunción de factores en la que se acumulan tal variedad de tipos, tal variedad de caracteres, en la que coinciden tal multitud de personas de diverso origen que por una parte, lo anodino, lo gris, lo vulgar desparecen en el bullir de la plaza que cobra vida y por otra parte, eso mismo: la plaza vive por si misma y adopta por unas horas la personalidad más viva, despierta, vital, abigarrada, apasionada, agradecida, exigente, gruñona y contradictoria que imaginarse pueda. El gran don Pío desconocía esto y quizá sea este su mayor defecto, el único que le ponemos como escritor, aceptando su mal carácter, su espíritu gruñón y contradictorio que tan naturalmente se hubieran sentado en un tendido o en una andanada a dar su opinión y a participar, incluso desde la más extrema individualidad, o por eso mismo. Es uno de los asombros de la Plaza (con mayúsculas) y uno de los motivos para agradecer y admirar, pese a todos sus errores, la presencia del SIETE, formado tarde tras tarde como una legión imperturbable, sin un claro entre sus prietísimas filas, exigente, gozoso y agradecido a un tiempo, participando. No sólo el siete claro está, pero también. Gutiérrez Solana, contemporáneo de don Pío, nos ha dejado crónicas en las que resalta a un tiempo su horror por el espectáculo de caballos reventados, faltos de la protección del peto, y de torerillos y maletillas bestiales, y su profundo conocimiento de las suertes y de la corrida, la misma contradicción que se da entre su profunda religiosidad y su brutal clerofobia. Contradictorios somos, contradictoria es la plaza y espléndida la tarde de toros, en su dureza y en su hermosura, haciendo de reflejo condensado, comprimido, de lo que la vida es y ofrece. De lo que la vida regala. Hay un elemento especialmente difícil, y duro en esta Fiesta, también con mayúscula. Un elemento que también comparte la Fiesta con la vida misma y del que hasta hoy, con todo el sentido, no ha querido desprenderse. Y es que está presidida, como quien no quiere la cosa, por la terrible calva. La Muerte, en imagen solanesca, está ahí, unas veces con el huesudo mentón apoyado sobre un burladero, desde dónde observa la lidia con su risa petrificada; otras veces, con las tibias cruzadas, sin necesidad de almohadilla, sentada en un tendido, o escondida en lo alto entre el público de alguna andanada. Esta es la verdadera tragedia del espectáculo que sin el riesgo del toro verdadero, de la bestia poderosa e imponente pierde su emoción y razón de ser. Deseamos desde aquí a todos los diestros y cuadrillas que estos días pisan el suelo de la plaza para lidiar una corrida de toros, la mayor suerte y la protección del Altísimo, para que puedan actuar sin dar el mínimo triunfo a la solanesca calva. Y dedicamos estas buenas intenciones y estas pobres líneas a todo ellos, pero muy en especial a los que se enfrentan al Toro (nueva mayúscula), verdadero centro y piedra angular, con el miedo que su poder despierta, de la Fiesta. Ese toro hoy lo traen algunas ganaderías. Permítasenos que bajemos por un momento de las alturas para entrar un algo en la arena: nos referimos al toro con pies, al toro que no se cae, al toro que llena la plaza con su sola presencia, al toro codicioso, al todo que exige mando, al toro que no perdona que se le hagan mal las cosas, al toro que se arranca ya muerto. Los vimos ayer con la corrida que trajo a Madrid el ganadero José Escolar. Don José Escolar. Aplaudimos a los toros, admiramos a diestros y cuadrillas, que con su valor ante ese enemigo que lo es, mantienen viva la Plaza y con ella a ese mundo de siglos, en el que los espectadores que acudimos alguna vez a Las Ventas, a ver ciertos toros, tenemos el privilegio de participar, ausente toda vulgaridad. ¡Chimpón!

domingo, 12 de mayo de 2013

UNA DEL ESCRIBA

DE BORBON Y DEL NOROESTE.

En la tertulia del Escriba se habla frecuentemente, con sumo escándalo y pesar, de los escándalos de corrupción que más que salpicar sumergen a nuestra clase política.  El Caballero de Gandía, hombre al fin y al cabo más mundano que sus contertulios, acostumbra a distanciarse discretamente de los aspavientos puritanos y un tantico farisaicos de sus amigos  (ahora resulta, dice el Caballero, que los corruptos, al igual que los muertos, son siempre “los otros”), y en apoyo de su escepticismo aristocrático se permitió el otro día ilustrar a los contertulios con un texto sacado de los Episodios Nacionales de Don Benito Pérez Galdós, en el libro dedicado a Cánovas. Al Escriba le ha parecido oportuno ilustrar también a los esforzados lectores de Cepo Gordo, y lo transcribe a continuación:
“En los comienzos de 1880 hizo se más patente la invasión del positivismo en las almas de los afortunados políticos que entonces estaban en candelero. El sabio consejo de un estadista francés que dijo a sus contemporáneos enriqueceos,  que ningún hombre público agobiado por la pobreza puede hacer la felicidad de su Patria, fue tomado al pie de la letra por los que aquí pastoreaban el rebaño nacional. Monsieur Donon, a quien se adjudicó en concurso la terminación de las líneas férreas del Noroeste dio pruebas de ser hombre sagaz, y al propio tiempo muy agradecido. Al constituir su Consejo de Administración repartió las plazas de consejeros, dotadas espléndidamente entre lo más granado de la Situación conservadora, dando también su poquito de turrón a los liberales, y mucho más a la gente palatina.
Recuerdo ya las caras risueñas y complacidas que tenían en aquel tiempo todos los agraciados con los premios gordos de la lotería Dononiana. Recuerdo también que un conspicuo gacetillero hizo un chiste que ha quedado de repertorio. Disputaban varios amigos en el Salón de Conferencias del Congreso para determinar cuáles eran los segundos apellidos de las dos ramas borbónicas. Alguien dijo que todos llamábanse Borbón y Este, y nuestro gacetillero contestó en el acto que el Rey de España se llamaba don Alfonso de Borbón y del Noroeste”.
Para rematar la faena el Caballero de Gandía puso sobre la mesa otra botella de Fondillón que los contertulios dejaron casi totalmente exhausta, y entre unas cosas y otras todos los  contertulios regresaron a sus casas con mejor disposición de ánimo.