lunes, 26 de noviembre de 2012

¿Pero que te has fumado, hijo?

 El pobre Alcides se armó de diccionario para leer en su texto original a Li Po y a Tu Fu. Fue una decepción. No entendió nada. Tuvo que conformarse con la traducción:

A la señora Yang
(Según la melodía “Ching Ping”), de Li Po

Su traje es una nube, su cara una flor,
radiante con el rocío de la primavera.
¿Estoy en la cumbre de la Montaña de Jade,
o en la Terraza del paraíso bajo la luna?

A mi amigo Wei, letrado en retiro, de Tu Fu (fragmento)

Difícilmente podemos vernos
como las estrellas Shen y Shang
¡Bendita la noche de hoy que nos reunimos
A la luz de un mismo candil!
Ya ha pasado rauda
nuestra edad lozana,
y ahora nos cubren las canas.
Visito a los viejos compañeros,
más muchos de ellos son ya espectros.
(…)

No es sorprendente enterarse de que el delicado y tintineante Tu Fu fuera el inventor del epitafio, el suyo propio, según la leyenda, propalada por don Alvaro Cunqueiro, nuestro famoso sinólogo gallego. Este fue el epitafio de Tu Fu, melancólico, lúcido y tembloroso, para sí mismo:

Tu Fu amaba las blancas nubes
 y las verdes colinas,
¡pero ay, murió de tanto beber!

Pero volviendo a Alcides, se sentía cosmopolita e internacional por haberse cruzado con una inglesa en chores al volver de tomar café en el casino. No quiso intentarlo con los haikus japoneses, pero si con Turguenev. Se lanzó con el diccionario sobre Padres e Hijos y sobre un capítulo de Memorias de un cazador. Pensó que, como conocía las obras, sería más fácil. Pero nones. Nada de nada. Con el capítulo de las memorias ni lo intentó, pese a probar la traducción por infusión, con unos tragos de Vodka. Pero el destilado de patata no es lo suyo, pues Alcides es más del país de la uva. La verdad es que las traducciones de ahora son directas del ruso y muy buenas. Los cursis no lo soportan. Así que no merecía la pena sacrificar el hígado. Alcides pasó al español:

Iván Turguenev, Memorias de un cazador:

El bosque de Ardalión Mijáilych me era familiar desde la infancia. Con frecuencia acompañaba a Chaplýguino a mi preceptor francés M. Desiré Fleury, bellísima persona, que, sin embargo, estuvo a punto de arruinar mi salud, a fuerza de administrarme todas las noches la medicina Leroy. Este bosque que constaba de doscientos o trescientos enormes robles y gigantescos fresnos. (…)

Finalmente, agotado en su retiro provinciano por tanto esfuerzo, lo intentó en francés. Esta vez sí. Pensó que abdicaba al reeditar la intentona con una novela policiaca. Pero se encontró con un extraordinario contador de historias, un gran narrador. Aunque Alcides no es partidario de utilizar expresiones rebuscadas, ni de envolverse en ningún manto de intelectualismo de pacotilla, pensó, sólo por un momento, que había dado con gran literatura (nadie topó nunca en España, pese a lo que repiten siempre los que no han leído el libro) :

Quand il se réveilla au petit jour, il y avait devant le train arrêté, une barrière peinte en vert, une petite gare entourée de fleurs.
Mme Maigret et sa sœur, déjà inquiètes, regardaient les portières les unes après les autres.
Et tout cela, la gare, la campagne, la maison des parents, les collines d’alentour, le ciel lui-même, tout était frais comme si chaque matin c’eût été lavé à grande eau.
Georges Simenon, La guinguette à deux sous

Horrorizado por la palabreja, por la ermita intelectual, en San Angel o en Coyoacán, salió a dar una vuelta. En realidad, el gran regalo era aquello, el otoño en su culminación. El extraordinario silencio. El paisaje un poco fantasmal, sin llegar a la niebla, pero con una humedad que la hacía presagiar, de maravillosa luz grisácea, veladuras lechosas en un silencio casi absoluto, alfombrado el suelo de hojas pardas y desechas en montones, a orillas de caminos y carreteras, llenando las cunetas, esparcidas por el suelo, quietas como el entorno. Sin la menor brisa, sin un movimiento, sin un animal, como conteniendo la respiración el paisaje, al echarse a dormir. Sobre los árboles, todavía una nota de color, de un amarillo extremo, último, como un recuerdo del mundo alegre que el invierno se aprestara a recoger del todo, a ordenar y a colocar cuidadosamente podado, antes de pasar por todas partes el manto de frío que  no había hecho todavía su presencia.

Por la noche, entusiasmado por la visión de aquél paisaje, ahora bien guardado en la retina, se lanzó sobre el más extraordinario habano que los tiempos hubieran visto y el fumeque fue memorable: la tapa de la tabaquera sin cerrar, el rápido y certero corte, la llama espléndida y la nube convocando todas las compañías, y páginas y más páginas. Lo cierto, sin embargo, es que le produjo luego las más atroces pesadillas. Despertó sobresaltado a las tres de la mañana, escapado del puchero en el que un atroz marmitón quería cocerlo, como a un ingrediente más, sumergiéndolo en el burbujeo de una desmesurada y extraordinaria sopa de pescado al estilo del cantábrico. Así es la vida señores, una ermita intelectual, en Coyoacán o en San Angel.

sábado, 17 de noviembre de 2012

AUNQUE SE EXPLICA POR SI SOLO EL TEXTO

 ...le ponemos esta entradilla:

Aún hoy, una mayoría de conversaciones, y en plena crisis sobre todo las que a España y a los españoles se refieren, se articulan de la forma en que lo hacían las discusiones de estos jovencillos de 1940, que tan bien se describe a continuación.

“Hablábamos de vez en cuando de política (…). Una y otras opiniones muy flacas y asentadas en muy pocos datos. Hablar de política era sobre todo remontarse a generalidades históricas, un tema que tienta mucho a esa edad, y defender las banderas de las civilizaciones con las que cada uno simpatizaba. Antonio y yo éramos furiosamente pro-franceses y anglófobos, pero en mí apuntaba una subsidiaria debilidad por el mundo germánico. Román era pro-anglosajón sin indulgencia para los continentales. Es curioso, de pronto, darse cuenta de la cantidad de energía mental y de derrochada pasión que se invierten en estos vicios, tributarios, como los fanatismos de cualquier tipo, de las limitaciones de información o, mejor dicho, de la exclusiva incidencia de una información limitada a un área de posibilidades. Generalmente esos furores histórico-geográficos están casi unánimemente determinados por la identidad de las lenguas a las que cada cual tiene acceso. Y lo grave que suelen constituirse en deformaciones permanentes por más que una cultura más universal las disimule.”

Carlos Barral,
Años de penitencia
Tusquets Editores

CARLOS BARRAL


Tato nos presentó a Carlos Barral hace unos años. Cosas de Tato, inexplicables. Y le llamaba Carlitos. Nosotros, ante aquel hombre de presencia única, ante aquellas barbas espléndidas, como de mitológico dios Pan y esa forma de fumar, sujetando el cigarrillo con una mano larga y tensa, que parecía esculpida en piedra, estábamos atónitos. Y por qué no decirlo, fascinados ante aquella complejidad, ante aquél atractivo, tan difícil de definir, tan peculiar. ¿Un algo pagado de sí mismo, como posando a lo intelectual o tal vez escondido tras la imagen; y de una ironía sutil, disimuladora de una sensibilidad difícilmente contenida por el juego de espejos? Pero Tato, Carlitos por aquí, Carlitos cuéntanos, Carlitos por allá. Cosas del inexplicable y misterioso Tato. Y durante toda la tarde estuvimos tirando de la lengua, si es que puede utilizarse esta expresión, a este hombre extraordinario que con amabilidad, brillantez y punto de altiva condescendencia, desplegaba ante nosotros con su verbo preciso, redondo y pétreo a un tiempo, con esa voz algo ronca tan única por española, su visión del mundo. No hemos vuelto oír a nadie hablar de esa forma, desprendiendo ese dominio del verbo hablado, con esa soltura y un halo de elegancia viril como mundana, como de salón de otro tiempo. Buscábamos a hurtadillas, a su alrededor, la flauta mitológica, que seguramente tocara por la noche, al despedirse de nosotros, para salir a correr los bosques, excesivo.


Carlitos

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Ocultos entre los brumosos brezales. Marguerite

Querido,

Por fin ha llegado la hora de tomar la pluma y enviarte estas líneas apresuradas que dan cuenta de mis últimas andanzas.

Me tienen prohibido revelar dónde me encuentro.

De momento sólo puedo decirte que la casa que habitamos perteneció a un pariente de la tía Beatrice que dedicó sus días al estudio de la antigüedad gala y a la composición de baladas para arpa de dos cuerdas

Desde mi ventana se divisa un mar de hojas cobrizas salpicado de bruma y a lo lejos escucho un tenue repique de campana que se confunde con el murmullo del agua y las esquilas de un gigantesco rebaño que se pierde entre los brezales.

El humor de la tía Beatrice ha mejorado considerablemente desde que dejamos Antibes.

Haciendo gala de una energía hasta ahora desconocida, la anciana señora corretea por entre los parterres dando la lata a una especie de espantapájaros forrado de tweed que ejerce de jardinero,  a mediodía visita el invernadero dónde crecen hortalizas de invierno y discute las ventajas de la col florida frente a la col de Danzing e incluso ha estado intercambiando chismes en una jerga desconocida con una anciana arrugada y primitiva que responde al nombre de Gwean y ejerce de ama de llaves.

Antes de la partida tuve una entrevista privada con Marguerite que me expuso con calma los planes de su tía y me reveló los suyos propios que como quizá pueda revelarte en una próxima carta coinciden plenamente con los míos y se me antojan el presagio de un futuro, aún si cabe, más amable.

Mi rutina ha cambiado por completo. Aquí no hay forma de encontrar cigarros y aunque me han prometido que el próximo fin de semana vendrá un vecino que es fumador y tiene fama de viajar bien surtido, de momento he tenido que contentarme con cebar una vieja Peterson con un tabaco oscuro y aromático que Gwean ha mandado traer a un mozo del poblado cercano.

Todas las mañanas después de desayunar y  antes del paseo me siento en la biblioteca a leer. El pariente de tía Beatrice dejó los anaqueles bien surtidos, así que aquí me tienes dándole sin cesar a Trollope, Thackeray, Dickens y Swift...que lejos parecen las páginas de Balzac y Montaigne y sin embargo me siento a gusto y le voy tomando cariño al enorme ciervo que me observa desde lo alto  de la chimenea.

El clima exigente, el aire puro y las largas caminatas hasta el pantano resultan vigorizantes.

Marguerite no es inmune al cambio de aires y en pocos días su piel dorada ha tornado hacia el rosa pálido y sus ojos han adquirido una tonalidad aguamarina que le confieren un aire de diosa celta, su cabello brilla con tintes cobrizos y  su cuerpo huele a heno fresco y espliego recién cortado.

Esta inmersión en un mundo viejo y brumoso lejos de hundirnos en la melancolía ha disparado un instinto oculto que nos lleva a estar todo el día corriendo el uno tras del otro por los prados hasta regresar a la casa al atardecer rendidos y felices.

En la chimenea crepita un fuego de turba y brezo, escucho el quejido de los goznes que anuncian la llegada de mi amada, no dudo comprenderás que por hoy debo dejarte.

Siempre tuyo.

S.

martes, 13 de noviembre de 2012

MAS LEÑA AL FUEGO

ABDERRAMAN III, SAN PELAYO Y PIO BAROJA.

Al hilo de lo que se trató en su última tertulia, apacible y grata como todas, con Don Pablo Quiñones y el Caballero de Gandía, el Escriba se ha esforzado en proclamar a los cuatro vientos que a él y a sus amigos el asunto del homosexualismo les trae completamente sin cuidado. Sin perjuicio de ello, añade el Escriba, nadie puede ignorarlo puesto que ha estado y sigue estando presente en todos los tiempos y en todas las culturas, de modo que a poco que rasque uno se lo encuentra donde menos lo espera.

Sin ir más lejos, dice el Escriba a sus contertulios, el domingo pasado estuvo oyendo misa en la parroquia de San Pelayo, en el pueblo vallisoletano de Olivares, en el corazón de la Ribera del Duero, D.O., que alberga uno de los retablos más espectaculares de los existentes en Castilla y León, “cumbre del renacimiento pictórico español”, según reza el folleto turístico que el Escriba exhibió sin rubor en apoyo de su tesis.  La figura central del retablo es la del propio San Pelayo, niño gallego cuya peripecia vital vino a consistir, a grandes rasgos, en que, habiendo sido hecho prisionero en la campaña de Abderramán III sobre Galicia y residiendo por ello en Córdoba, el propio Califa se encaprichó con él y le requirió de amores, esto es, como ahora se diría, tener sexo con él, a cambio de grandes riquezas y honores.  Pelayo, que contaba poco más de trece años, rechazó semejantes proposiciones y fue brutalmente torturado, descuartizado con tenazas y sus restos arrojados al río Guadalquivir, en el año 925.  “Nada peor, dijo el Caballero de Gandía, que un amante despechado”.

Don Pablo Quiñones afirmó solemnemente que él nunca hubiera imaginado una cosa así del gran caudillo musulmán y que es necesario extremar el rigor en el análisis de las fuentes historiográficas. En este orden de cosas, prosiguió el jurista, espero tener dentro de pocos días un libro que sin duda aclarará muchos puntos oscuros. Se llama “Los reyes sodomitas”, editorial Antínoo, y a pesar de este título algo demasiado crudo, tengo entendido que se trata de un estudio serio y riguroso, de corte académico. Por lo pronto concluyó Don Pablo, su autor es una verdadera autoridad en la materia.

Convinieron los tres amigos en que sería prudente dejar esta cuestión en reposo (ninguno de ellos se atrevió a decir stand by) hasta haber leído el libro, y en tanto el Caballero de Gandía descorchaba su botella de fondillón (la misma de la tertulia anterior) el Escriba puso término a la sesión con una cita de Baroja que a todos les pareció muy apropiada: “Entre la juventud literaria del tiempo no vi mas que malas intenciones: la envidia y la tristeza del pequeño éxito ajeno, la acusación de plagio, la acusación de homosexualismo”.

Saboreadas esta frase y las copitas del delicioso vino dulce, los tres amigos se despidieron con grandes demostraciones de virilidad.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Una de actualidad

LA TERTULIA DEL ESCRIBA.  A PROPOSITO DEL MATRIMONIO HOMOSEXUAL.

En una de sus habituales, reposadas tertulias con sus amigos Don Pablo Quiñones y el Caballero de Gandía, en la que se leyó y releyó minuciosamente la última Crónica de Doroteo, el Escriba puso de manifiesto su sorpresa y una cierta consternación ante ciertos comentarios de ese gran hombre a la carta que le ha enviado Alcides Bergamota desde su retiro provinciano. El señor Bergamota da a entender su disgusto ante la reciente sentencia del Tribunal Constitucional que admite el matrimonio homosexual y por ello Doroteo moteja a su corresponsal de conservador  -confiriendo implícitamente a  este adjetivo un significado peyorativo-  y sospecha que Alcides es víctima de la edad y de un exceso de paseos y meditaciones.

La postura de Doroteo le parece al Escriba ambigua y vacilante y recuerda que una fisura en el muro, si no se repara a tiempo, puede convertirse en una grieta que se agrande día a día hasta la ruina de todo el edificio. Al Caballero de Gandía, por obvias razones históricas y geográficas y dada su condición terrateniente y patricia en ese municipio, le ha impresionado el vaticinio de la morisma apareciendo sobre esas mismas ruinas.  Por su parte Don Pablo Quiñones, que a lo largo de su dilatada carrera profesional ha ganado aproximadamente el mismo número de pleitos que ha perdido, opina que el nombre que se le de a la unión  -matrimonio o no matrimonio-  es lo de menos si el contenido de derechos y obligaciones viene a ser el mismo. Desde hace años en las leyes españolas vienen atribuyéndose el mismo estado jurídico a las personas que conviven  “con independencia de su orientación sexual”.  Esta omnipresente coletilla le parece a Don Pablo una de las frases emblemáticas de nuestra democracia, tanto o mas que aquella  “Compañeros del Metal  ¿Me se oye?”,  que consagró el olvidado Ramón Pi.  

Algo mas repuesto de su impresión, el Caballero de Gandía se esforzó en tranquilizar a sus contertulios, y en tranquilizarse ante todo a si mismo, con  el argumento de que la mariconería no es el peor de los males que pueden aquejar a una sociedad ni el mas poderoso para debilitarla.  Puso por caso a grandes personajes como Alejandro Magno, César Augusto   -“el marido de todas las mujeres de Roma y la mujer de todos los maridos”, apuntó el Escriba muy a su pesar-  y el propio Lawrence de Arabía, sin olvidar las milicias griegas y, según se dice, las juventudes nazis.  Mayores grietas y derrumbes causan a las naciones las diferencias de clase, la inseguridad jurídica y la corrupción.

En este punto el Escriba se tomó la libertad de decirle al Caballero que le parecía muy justa su preocupación por la corrupción, siendo el Caballero como es un preclaro prócer del País Valenciano. El Caballero de Gandía, hombre de mundo, hizo como que no lo oía y a falta de toda clase de tabacos invitó a sus amigos a un sorbito de fondillón.