jueves, 27 de octubre de 2011

LA ROCA DE CHICKAMAUGA

Si la organización en la que trabajo entrara en combate, por convertirse en una unidad militar dejando de ser una empresa comercial, tengo la absoluta certeza de que seríamos exterminados por la total incapacidad del alto mando, a menos que el ejército de enfrente tuviera problemas similares. La organización es inexistente, no se sabe con certeza cuantas unidades hay ni que habilidades tienen. No hay estructura, cadena de mando, jerarquía ni disciplina, como no sea la que la propia tropa se impone a sí misma por simple pundonor. Por no haber ni siquiera hay horarios. El corneta toca cuando quiere.

La rotación de oficiales es tal que nadie se conoce, y la información circula únicamente por la amistad que naturalmente se crea entre los soldados. Los suministros no se contabilizan, se han invertido cantidades ingentes en armas para las que luego no hay munición, se han gastado sumas extraordinarias para desarrollar tecnología militar aunque luego los combates son a bayoneta calada pues los proyectos no tienen continuidad, se abandonan las investigaciones y todo acaba escaseando.

El alto mando no conoce su ejército, nada sabe de sus soldados, promociona incompetentes, desperdicia talento y recursos. Se rumorea además que roba y se enriquece negociando con los suministros, comprando productos que nunca llegan a los soldados, armas caras que no pueden utilizarse pues llegan incompletas. Se ha hablado incluso de cajones de suministro en realidad vacíos, rellenos de arena o piedras… Mientras tanto, el tren de vida del estado mayor es cada día más escandaloso. Los libros de contabilidad son un castillo de arena. Ante los rumores, el disimulo es ahora mayor, pero también es mayor la magnitud del latrocinio, en una especie de enrrabietamiento por saberse descubiertos. Para acallar los rumores han empezado las represalias, investigaciones, amenazas, varias ejecuciones. Como es lógico, las deserciones se suceden, cada vez en mayor número. De no ser por la presencia del enemigo, el ejército se disolvería como un azucarillo.

George Henry Thomas tenía fama de ser un hombre pausado, de dicción lenta. Fue apodado “la roca de Chickamauga”, por la entereza, serenidad, y orden con que condujo la retirada del ejército de la Unión en la batalla de ese nombre. Su entereza y buen hacer evitaron que la retirada se convirtiera en desbandada. Estaba cerca de sus soldados a los que animaba y daba aliento circulando entre ellos a caballo. Supo combinar pericia técnica, es decir, conocimiento de su oficio, con prestancia de ánimo, serenidad y don de gentes, sintiéndose parte de las unidades que mandaba. ¡Quien sirviera a las  órdenes de una roca de Chickamauga!


CEPOGORDEANDO

CEPOGORDEANDO, CEPOGORDEANDO, esta es claramente una entrada fruto de una mente privilegiada. Así están las cosas. Picoteo, picoteo. Pico, pico, pitas, pitas, pitas...




viernes, 21 de octubre de 2011

PENA DE JUAN Y JOSÉ

Joselito, a la izquierda, y Juan Belmonte, en el centro, en la Monumental de Barcelona, precisamente. El tercero a la derecha creemos que es Rafael el Gallo, hermano mayor de Gallito
Pena de Juan y José
Solano - MartínezRemis

Quién inventará la copla
que eche al aire aquel recuerdo.
Quién la cantara una noche
en voz baja, como un rezo.

Que mujer se pondrá triste,
que hombre se ha de sentir viejo,
y quién abrirá la jaula
de los pájaros del sueño.

Tarde de toros y sol,
parece que lo estoy viendo,
Joselito y Juan Belmonte con seis,
con seis de Pablo Romero.

Si un día me quedo ciego,
mis ojos quisieran ver
aquel gran tercio de quites
que hicieron Juan y José.

Para asistir a la fiesta,
vino un aire marismeño
y se escucho en el tendío
la pro, la profecía del viento:

“Tú José tendrás la muerte
Que sueña siempre un torero.
Y tú Juan tendrás el vino
Que beben los caballeros”.

En José será podía,
Y en Juan será, ya no puedo,
Pero tendrán igual pena
Uno vivo y otro muerto

Quien inventará la copla
Que eche al aire aquel recuerdo.

José Gómez Ortega, “Joselito”

EL NUMERO CUATRO. Disquisiciones de Tato.


Dónde Tato trata de cuestiones diversas

“El toreo se hace hondo,
a un tiempo se abisma y vuela,
cuando va el toro redondo,
atado el cuerno a la tela.”
Gerardo Diego

Tato, que no ha dado en su vida un pase digno, ha elegido para si nombre de torero antiguo y es extremo y sentencioso en sus volubles querencias. Ahora piensa que no hay nada, salvo las cosas de Dios, fuera del misterio extremo de los toros y de lo que fueron José Gómez Ortega, “Joselito” y Juan Belmonte, en la España extraordinaria de principios de siglo XX.

Tato que algo ha leído, aunque desde todo punto de vista se quede corto, no conoce mejores páginas, mejor literatura, mejor escritura, que las que Gregorio Corrochano dedicó a la tragedia de Talavera. La presenció desde el tendido, y con él habló Gallito al coger la muleta, sobre la condición del toro. Que si ciego, que si burriciego. Lo imposible, lo que no podía suceder ocurrió aquella tarde, “a Joselito le ha matado un toro”.

Escribe entonces Corrochano, aquello de “Yo no sé que es torear. Creí que lo sabía Joselito y vi como le mató un toro”.

Juan Belmonte estaba en casa y no dio crédito a la noticia hasta la tercera llamada, y muy entrada la noche. Lo cuenta Chaves nogales en la biografía del torero que es otro texto extraordinario de esa España extraordinaria. Belmonte está en casa jugando una partida de cartas y no ha dado crédito a una primera llamada anunciando la desgracia. Al poco rato llega su mozo de estoques con la noticia:

“-En Teléfonos corre el rumor de que a Joselito le ha matado un toro en la corrida de Talavera.
-¡No traes más que infundios!- le repliqué malhumorado. (…)
Al rato volvió a sonar el teléfono. Esta vez era ya una persona de crédito, un conocido ganadero, quien daba la terrible noticia.
-¡Es verdad! ¡Es verdad! –decía, con acento estremecido al otro lado del hilo telfónico.
Aquella espantosa certeza nos hizo mirarnos los unos a los otros con espanto. Dejamos caer los naipes sobre el tapete, y sin articular palabra estuvimos durante unos minutos en un estado de semiinconsciencia y estupor. Mis amigos fueron levantándose uno a uno, y, sin pronunciar una sílaba, se marcharon.”

De nuevo Gerardo Diego:

“Un lienzo vuelto, una última voz –toro-,
un gesto esquivo, un golpe seco, un grito,
y un arroyo de sangre –arenas de oro-
que se lleva –ay, espuma- a Joselito.”
De aquella historia española, de aquél episodio de otro tiempo y de otra España, hoy casi irreconocible, acogotada, perseguida, existe una versión en forma de copla, que cantó Juanito Valderrama, con su voz aguda y cascada, de viejecillo. Tato quedó sobrecogido cuando la oyó por primera vez, le sobrevino una emoción indecible, y hasta una lágrima hizo amago de querer asomarse. Damos a los amables lectores la letra de esta copla española, de título Pena de Juan y José, al final de este desorden.

El humo del cigarro es buen compañero de la evocación. Recuerdo ahora haber visto una foto del hermano mayor de Gallito, de Rafael, fumando un cigarro, con la cara como escondida entre el cuello levantado de su chaquetón y el ala de su sombreo ancho.

Para poder fumar algo en verano, un servidor y los amiguitos compramos género una tarde de julio y nos fuimos a cenar para probar el material y despedir la reunión hasta septiembre. Cenamos juntos en la terraza tropical de un chino majestuoso, llenando una mesa inmensa y redonda, dónde fuimos atendidos con ceremonia y cortesía orientales. A los postres repartimos la mercancía, como contrabandistas en una cueva, con gesto rápido de tahúr. Circulaban los mazos de cigarros alrededor de la mesa como oscuros y preciados naipes.

Se quejó alguno de la falta de solemnidad en el reparto, pero pudieron el ansia y la sensación de nocturnidad. Se ha perdido, es verdad, el sentido de la ceremonia y es una pena que no se cultive un poco más, pues ayuda a veces a alargar y dar relevancia a los momentos buenos.

Luego encendimos. El del encendido del puro es un momento, además de importante, muy agradable. Al encender la gente está a lo que está, a la fuerza, y se tiene que callar y deja de decir bobadas. Tato chiscó un Vega Robaina de buen porte, intenso, untuoso, de humo lento, que ascendía suave pero firme en el frescor relativo de la noche ya cerrada. Tertulia ceporrera, licuada, inconsistente, de sonrisas alegres y mentes agotadas, alguna incluso babeante. Balbuceos inconexos, simplezas, algún cabeceo, uno resbaló de la silla y se dio una culada tremenda. Un cepogordismo de media velocidad, prevacacional, de gente que está ya pensando en ponerse unos bermudas y en enseñar los pies al final de una canilla enflaquecida y peluda, por toda la geografía nacional eso sí. Ya no hay verano moderno que se precie, que no consista en coger los quince días de descanso y dividirlos en periodos de dos días y medio que se pasan, cada periodo en un sitio distinto, a ser posible cuanto más alejado uno de los demás mejor. Por ejemplo, dos días y medio en San Andrés de Teixido[1] para luego trasladarse a una playa murciana, y continuar así con el baile de San Vito. Es la convulsión vacacional lo que se lleva.

Se produjo la estampida y llegó el día siguiente y seguimos fumando. Esta vez se chiscó el que esto escribe un Libertador, es decir un Bolívar, viendo en delicada compañía “Encadenados” de Alfredo Hitchcock. La película contiene una de las más extraordinarias recreaciones que uno recuerda de una resaca, la del personaje encarnado por Ingrid Bergman. Ella, tumbada en una cama, mira hacia la puerta por la que aparece Cary Grant cuya silueta se aproxima y va girando, con un efecto de cámara, a la medida del mareo de Bergman, hasta quedar del todo invertida, cabeza abajo y finalmente de nuevo en su lugar, momento en que se inicia el diálogo. Tal vez uno se asombra con demasiada facilidad, pero la verdad es que este director narraba muy bien sus historias.

El sábado viajamos al frescor. El día tropical cede por la noche y refresca por fin. La tarde ha transcurrido a la espera de la noche, que es el regalo de la Meseta en julio. Ha transcurrido acompañada por el más extraordinario concierto de chicharras que por estos calores se haya oído, para indecible escándalo de las hormigas. Como los clásicos sirven para todo, se pregunta Tato si la España de estos años de bonanza económica (a crédito eso sí) e insufrible incultura no habrá sido una cigarra escandalosa. No sólo frívola y descuidada, alegre y distraída, sino también algo dejada y descarada, drogata, zafia, ostentosa, macarra y travela, promiscua y tontaina. Y ahora a rendir cuentas al crudo invierno y a la despiadada hormiga.

El Círculo no es cohibero y esto tiene su explicación tabaquera y moral, que dejamos para otro día. Esta vez se ha hecho una excepción. Y ha merecido la pena, pues Tato fuma con sus padres un excelente cigarro, de buen agarre, peso justo, proporcionado, perfecto tiro, matizado y aromático, casi tanto como la conversación.

En sus Folletos Literarios, Clarín nos habla de Bartolillo quien, según nos comenta el autor, “ya aborrece sin saber a quien” y es “propagador de la filoxera literaria”. Esto nos hace pensar en ir abreviando, pero como ya hemos dicho que de lidia andamos mal, va y resulta que alargamos la faena.

Me asombro ante este verano novelero y romántico, de claroscuros y humedades, de luz cambiante, que alterna desordenadamente días de calor pringoso con otros que parecen anuncios de un otoño prematuro. ¿Dónde ha ido ese calor seco, implacable, que termina de tostar el cereal y que hace a los pájaros caer redondos? A los pies de los altos muros de la torre antigua se yergue el paisaje que forman campos y arboleda todavía de un verde encendido, que se irá apagando a medida que avance la estación, el sol abrase y los árboles aguarden pacientes la lluvia. Le gusta a uno observar la luz que cambia con las estaciones y le fastidian los valles oscuros y un poco los mentecatos. En abril, con la primavera recién llegada, la luz se filtraba tenue, nítida y sutil por entre los ramajes espesos de la inmensa encina. Se dejaba caer, en la tarde, sobre los comensales, reunidos alrededor del café, tocándolos con un manto dorado de una labor finísima, inasible.

En fin, cuando Tato se pone lírico se le cae la babilla. En cambio, con qué facilidad lo dijo todo el poeta, en aquellos versos que dicen fueron los últimos, “Chopos de la ribera, álamos del camino blanco”.

Uno es un poco hormiga para algunas cosas, para las equivocadas claro, pues se ha hinchado a recoger buena leña, para quemarla en invierno y soñar con algo ante las llamas, si fuera posible fumando un cigarro de la Habana, cálida y salitrosa.
Tato. Septiembre 2010.



[1] San Andrés de Teixido, aldea ubicada en la parroquia de Régoa, al este del municipio de Cedeira, en la Sierra de la Capelada, cerca de los acantilados sobre el mar, comarca de El Ferrol, provincia de La Coruña. Al ladito de todas partes.

NUESTRO HÉROE


EL SEÑOR SAPO


DEL NÚMERO CUATRO - nota sobre TOROS


Memez
Un suelto que nos envía nuestro colaborador Mazzantini

Ya hemos comentado lo importante que es no acercarse a las cosas únicamente por contrarrestar al que las combate. Lo decíamos respecto de los toros. No es cuestión de reducir la afición a rebatir las memeces, las bobadas, las maldades que dicen los antitaurinos y difunden nuestros míseros medios de comunicación. A correr el Toro de la Vega en Tordesillas hemos idos cuatro veces, tres a caballo y una a pie, y si Dios nos da salud esperamos poder ir unas cuantas más.

Dicho lo cual conviene de vez en cuando aclarar algún aspecto de lo que se dice y es noticia. Por ejemplo se dice que, en el fondo, los toros no van con Cataluña y que allí apenas ha habido afición. Es una memez, boba, recurrente, plomiza, pesada. Valga un solo argumento de refutación al hilo de mentar en este número de Cepo la figura de Joselito. La plaza en la que más toreó fue la de Madrid. Según Corrochano, ochenta y un corridas de toros. ¿Y luego? Sevilla dirán ustedes. Pues no, Barcelona. Sesenta y cuatro corridas de toros en Barcelona. Se conoce que afición debía de haber, al menos tanta como en Sevilla dónde Joselito toreo cincuenta y ocho corridas de toros. En fin, no deja de ser un dato más. Aunque todos sepamos que lo que en Cataluña, y en el resto de España, está pasando no es cuestión taurina, sino más grave.

Apuntado queda.
Octubre del 2010